CAPÍTULO 17
Las hojas caían. El viento soplaba, y la lluvia se hacía notar fuera.
En apenas una hora mi avión saldría. Destino Italia. Eran las 10 de la mañana
hora irlandesa. Faltaban un par de días para nochebuena, y la pasaría solo en
Milán. Seguí mirando por la ventana, cada gota que caía en el cristal. Había
pasado muy poco tiempo, pero el necesario para saber que ese no era mi lugar.
Cada minuto que pasé en esa isla, fue mágico y a la vez doloroso. Pero valió la
pena. Mis días ahí habían terminado, y me llevaba tanto recuerdos buenos, como
malos. Llevaba ya mucho tiempo fuera de casa, y se hacía de notar. Era un chico
fuerte, pero nostálgico. Mientras me encontraba pensativo mirando por la
ventana del aeropuerto, Mike hizo que despertara de mi fantasía:
-
Ey, ¡que tienes que
embarcar!
-
Sí, sí… - dije un
poco confuso mientras cogía mi maleta.
Allí estaba Mike, que había sido como un padre para mí aunque fuera en
tan poco tiempo. Y otros empleados del albergue.
-
Mike… no sé como
darte las gracias, de verdad – y solté la primera lágrima.
-
Vamos, vamos
hombre... mejor dejémonos de despedidas. Te aseguro que volveremos a vernos,
anda ven aquí– y nos fundimos en un abrazo profundo, lleno de cariño y amor.
-
Ten por seguro que
nos volveremos a ver, ¡a todos! – dije refiriéndome a los demás que me
acompañaban. Fui uno a uno despidiéndome y dando las gracias.
Cogí mi maleta, comprada allí, no era muy grande, pero ahora me cabían
más cosas. Puse mi mochila en mis hombros. Me adentré en la cola para embarcar,
mientras dejaba atrás millones de recuerdos. Cuando estaba a punto de dar mi
tarjeta de embarque a un señor pelirrojo
con ojos azules penetrantes, escuché un grito. O estaba loco, o era mi nombre.
Volví mi cabeza hacia atrás. No podía creerlo. Con su melena rubia suelta, y
sus ojos color esmeralda se acercaba a mí una chica corriendo, arrastrando una
maleta, tampoco muy grande. Me aparté del mostrador y dejé pasar a las personas
que esperaban detrás de mí. Mis ojos se abrieron como platos, era ella. Era
ella, ¡y estaba aquí! Dio un beso a
Mike, y se acercó a mí. Me quedé mirándola perplejo, sin saber qué decir. Ella
sonreía sin parar. Llevaba unos vaqueros ajustados, unas zapatillas negras, y
una chaqueta con apariencia abrigada. Tras pasar unos segundos, se acercó a mí
y me dio un beso. Un beso increíble, que creía no volver a sentir nunca. En ese
momento tan solo reía.
-
Pero, pero… - no me
dejó terminar.
-
¿De verdad creías
que dejaría que te fueras sin mí? ¡La llevas clara! – dijo mirándome a los
ojos.
No podía parar de sonreír al verla. La volví a besar, la levanté en
peso y la abracé lo más fuerte que pude.
-
Pero… ¿cómo has
sabido mi vuelo? ¿Y el dinero? Es que, es todo tan… - y volvió a interrumpirme.
-
¿Qué más dará
Marcos? El dinero no es problema, tengo. Lo único que importa es que estamos
los dos juntos, solos tú, y yo.
-
Tienes toda la
razón, y eso será así por y para siempre – nos fundimos en otro beso
apasionado, cuando el hombre que esperaba por nosotros nos indicó que teníamos
que embarcar ya. Eran las 10 y media, de un 22 de diciembre.
Subimos al avión. Sería un día agotador, así que lo único que hicimos
fue dormir, cogidos de la mano, como en los viejos tiempos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario