CAPÍTULO 16
El coche
paró. Me pensé más de tres veces si iba a bajar. Casi una semana después. Sin
noticias de ella. Mi brazo, vendado. Prometí ir a hacer terapia. Miré hacia
fuera. Mike me esperaba en la puerta de recepción. Estaba de nuevo en “casa”.
Mi habitación me esperaba. Tenía miedo, miedo de encontrarme con ella y no
saber reaccionar. Tenía algo que decirle, y no sabía si ella aceptaría hablar
conmigo. Mike vino a abrir la puerta, tras ver que tardaba tanto en bajar.
Llevaron mi pequeña maleta a dentro, y Mike me abrazó con fuerza:
- Me alegro de que hayas vuelto –me sentía muy bien cuando me mostraba
su afecto.
Entramos en
la recepción. Estaba lloviendo. Bastante fuerte. Subí a mi habitación, con
ayuda de algunos huéspedes, muy amables. Al llegar arriba, lo primero que hice
fue ponerme un chubasquero que cubriera la venda de mi brazo, y volví a bajar.
Cuando me disponía a salir, Mike intentó detenerme:
- ¡Eh! ¿A dónde crees que vas?
- Voy a dar un paseo – respondí
muy convencido.
- Estarás de broma… ¡llueve a cantaros!
- Da igual, te prometo que no voy a alejarme, ¿vale?
Y por fin,
pude salir. Comencé a caminar sin rumbo fijo. Me acerqué a los muros que
cubrían el perímetro del lugar. El cielo, se encontraba cubierto por centenares
de nubes grises. Las gotas, caían en el barro, como si de una ducha se tratara.
Las plantas, estaban en su salsa, a diferencia de los gusanos, que se
arrastraban por el césped, como si su vida dependiera de ello. Había momentos
en la vida, en los que resignarte a dejarlo todo, era lo mejor. Posiblemente,
te acabes arrepintiendo, pero en ese instante, tan solo piensas en esa
felicidad que saliste a buscar, en ese yo, que aún no ha terminado de salir.
Seguí caminando, mientras dejaba que la fría agua recorriera mi chubasquero, empapando
mis zapatos de tierra, y mi cara de pequeñas gotas. Cuando me disponía a
entrar, tras ver que el diluvio era cada vez más fuerte, escuché un ligero
sonido en la parte trasera del albergue. Me acerqué sin hacer ruido, y pude ver
una silueta dejando algo en el cuarto de herramientas. En cuanto estuve a unos
míseros metros, no tardé en reconocerla. Era ella. Con unos pantalones
ajustados, y unas botas altas llenas de barro. Un gran chubasquero, que parecía
darle calor, no dejaba ver lo que tenía debajo. Su pelo, cubierto por una
capucha, y su cara, dejaba ver esos ojos color esmeralda, y su piel blanca, aún
más pálida bajo la lluvia. Ella aún no me había visto. Parecía estar terminando
de trabajar, lo que yo no entendía, es como lo hacía en estas condiciones
meteorológicas. Justo en ese momento, una caja con un par de utensilios de
jardinería se le cayó al suelo. Esta, mostró cara de cansancio, suspiró, y se
agachó a recogerla. Pero para su sorpresa, yo me había adelantado. Cogí la
caja, y la dejé dentro del cuarto, sin apartar mi mirada de ella. A diferencia
de mí, Lilly mostró indiferencia, y tan solo soltó un simple:
- Gracias – luego, cerró la puerta, y se dispuso a irse.
En ese
momento cogí su brazo. Y por un mísero instante, cruzamos nuestras miradas.
¡Qué pestañas tenía! Por un segundo, pensé que se pararía a hablar, pero como
iba a ser tan tonto de creer eso, así que comencé yo:
- Hola – dije confuso.
- ¿Así es como vas a empezar esta conversación? – dijo ella sorprendida.
- Pues… si por mí fuera, la empezaría con un beso, pero no quiero
llevarme un buen golpe hoy, ya tengo suficiente con esto – e hice un gesto
señalando mi brazo.
- Has hecho bien en no comenzar así. Pero un consejo – dijo acercándose
a mi oído – no deberías ni haber empezado – y se dispuso a irse, muy decidida.
No quería
que fuera en esas circunstancias, pero no podía esperar más. La chica de mis
sueños se me iba de las manos, y no podía permitirlo:
- Lilly, me voy – esta se dio la vuelta, y me miró, con desprecio.
- Pues vale… yo iba a hacer lo mismo –y siguió su camino hacia delante.
- No, no lo entiendes. Me voy, para siempre.
Pero tras
esas palabras salir de mi boca, esta se quedó un par de minutos quieta, mirando
al suelo. Entonces, se dio la vuelta y se acercó a mí tres pasos, hasta tenerla
bien cerca. Hizo un intento de empezar a hablar, y otro, pero era como si no le
salieran las palabras, y al fin lo consiguió:
- ¿Es una broma?
- ¿Me vez cara de estar bromeando? – respondí mirándola fijamente.
Entonces,
tras darse cuenta de que hablaba muy en serio, dejó la bolsa que llevaba en su mano derecha, y se
sentó en un muro a tan solo un metro de nosotros. Yo la seguí. Solo miraba
hacia el suelo, luego hacia arriba. Y luego, hacia mí:
- ¿Oyes eso? – dijo refiriéndose a los árboles que nos rodeaban.
- ¿El qué?
- El sonido de la lluvia, de los pájaros… ¡la naturaleza Marcos! No
encontrarás un sitio mejor para sentirla que este.
- ¿Esa es tu excusa para pretender que me quede?
- Nadie ha dicho que te quedes – respondió como si se hubiera molestado.
- En ese caso, no tenemos nada de qué hablar… - me dispuse a levantarme
pero esta, me lo impidió.
- ¿A dónde?
- No lo tengo claro… Islandia, Norteamérica, suramérica, centroamérica,
alemania, italia… hay tantos sitios que me quedan por ver…
- Pues bueno, no sé a qué esperas, coge tu mochila, y adelante.
- ¿Solo eso? – pregunté.
- ¿Qué quieres? ¿Qué te pida que te quedes? Lo siento, pero yo no soy
nadie para eso.
- ¿No eres nadie? – me llevé la mano a la cara enfadado – tienes el derecho a
eso, ¡y más! Y es que… mira, déjalo. La cuestión es que, quiero que vengas
conmigo.
Se quedó
callada, entonces me miró, soltó una lágrima y rió:
- Ahora sí que estarás de guasa, ¿no?
- Pues no – respondí muy serio
- Es que… ¿te has vuelto loco? Sí, definitivamente sí – dijo
respondiéndose ella misma.
- Lilly, tú me dijiste que yo tenía un proyecto de vida, y que tú no
entrabas en él, ¡y tienes razón! Tú no entras en él, tú eres ese proyecto.
Quiero que seas mi futuro.
La joven se
levantó del muro en el que permanecíamos sentados. Dio dos vueltas, hacia un
lado y hacia otro, mientras sujetaba su cabeza con la mano, como si estuviera
pensando locuras. Se notaba que estaba nerviosa. Tras pensar un rato,
respondió:
- Marcos – y volvió a sentarse, cogiéndome de la mano – tú viniste
buscando la felicidad, y yo, no he sabido dártela. Sigue buscando aquello que
viniste a encontrar, no pierdas tu tiempo en algo que no vale la pena – intenté
abrir la boca, pero esta, me calló con un beso. Un beso largo. Apasionado. Seco
y húmedo a la vez. Pero que en efecto, me dejó sin palabras.
Se levantó,
cogió de nuevo su bolsa. Soltó una pequeña lágrima, me miró. Nuestras miradas
en ese momento, se cruzaron intensamente, tras ellas darse la vuelta y comenzar
a caminar. Se volvió a mirar hacia mí, y
entonces lo dijo:
- Adiós Marco, no me olvides.
Y si con
aquel adiós de hace una semana, sentí desilusión, con ese último sentí
derrumbamiento. Todo se desmoronaba a mí alrededor, y yo inclusive. Al menos,
podría decir, que me habían besado, bajo la húmeda lluvia de una navidad en Irlanda.
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