sábado, 11 de mayo de 2013

Está en ti, CAPÍTULO 16


                                                         CAPÍTULO 16


El coche paró. Me pensé más de tres veces si iba a bajar. Casi una semana después. Sin noticias de ella. Mi brazo, vendado. Prometí ir a hacer terapia. Miré hacia fuera. Mike me esperaba en la puerta de recepción. Estaba de nuevo en “casa”. Mi habitación me esperaba. Tenía miedo, miedo de encontrarme con ella y no saber reaccionar. Tenía algo que decirle, y no sabía si ella aceptaría hablar conmigo. Mike vino a abrir la puerta, tras ver que tardaba tanto en bajar. Llevaron mi pequeña maleta a dentro, y Mike me abrazó con fuerza:

-        Me alegro de que hayas vuelto –me sentía muy bien cuando me mostraba su afecto.

Entramos en la recepción. Estaba lloviendo. Bastante fuerte. Subí a mi habitación, con ayuda de algunos huéspedes, muy amables. Al llegar arriba, lo primero que hice fue ponerme un chubasquero que cubriera la venda de mi brazo, y volví a bajar. Cuando me disponía a salir, Mike intentó detenerme:

-        ¡Eh! ¿A dónde crees que vas?
-        Voy  a dar un paseo – respondí muy convencido.
-        Estarás de broma… ¡llueve a cantaros!
-        Da igual, te prometo que no voy a alejarme, ¿vale?
-        No vengas tarde, pronto anochecerá – era obvio que me trataba como si fuera su hijo.

Y por fin, pude salir. Comencé a caminar sin rumbo fijo. Me acerqué a los muros que cubrían el perímetro del lugar. El cielo, se encontraba cubierto por centenares de nubes grises. Las gotas, caían en el barro, como si de una ducha se tratara. Las plantas, estaban en su salsa, a diferencia de los gusanos, que se arrastraban por el césped, como si su vida dependiera de ello. Había momentos en la vida, en los que resignarte a dejarlo todo, era lo mejor. Posiblemente, te acabes arrepintiendo, pero en ese instante, tan solo piensas en esa felicidad que saliste a buscar, en ese yo, que aún no ha terminado de salir. Seguí caminando, mientras dejaba que la fría agua recorriera mi chubasquero, empapando mis zapatos de tierra, y mi cara de pequeñas gotas. Cuando me disponía a entrar, tras ver que el diluvio era cada vez más fuerte, escuché un ligero sonido en la parte trasera del albergue. Me acerqué sin hacer ruido, y pude ver una silueta dejando algo en el cuarto de herramientas. En cuanto estuve a unos míseros metros, no tardé en reconocerla. Era ella. Con unos pantalones ajustados, y unas botas altas llenas de barro. Un gran chubasquero, que parecía darle calor, no dejaba ver lo que tenía debajo. Su pelo, cubierto por una capucha, y su cara, dejaba ver esos ojos color esmeralda, y su piel blanca, aún más pálida bajo la lluvia. Ella aún no me había visto. Parecía estar terminando de trabajar, lo que yo no entendía, es como lo hacía en estas condiciones meteorológicas. Justo en ese momento, una caja con un par de utensilios de jardinería se le cayó al suelo. Esta, mostró cara de cansancio, suspiró, y se agachó a recogerla. Pero para su sorpresa, yo me había adelantado. Cogí la caja, y la dejé dentro del cuarto, sin apartar mi mirada de ella. A diferencia de mí, Lilly mostró indiferencia, y tan solo soltó un simple:

-        Gracias – luego, cerró la puerta, y se dispuso a irse.

En ese momento cogí su brazo. Y por un mísero instante, cruzamos nuestras miradas. ¡Qué pestañas tenía! Por un segundo, pensé que se pararía a hablar, pero como iba a ser tan tonto de creer eso, así que comencé yo:
-        Hola – dije confuso.
-        ¿Así es como vas a empezar esta conversación? – dijo ella sorprendida.
-        Pues… si por mí fuera, la empezaría con un beso, pero no quiero llevarme un buen golpe hoy, ya tengo suficiente con esto – e hice un gesto señalando mi brazo.
-        Has hecho bien en no comenzar así. Pero un consejo – dijo acercándose a mi oído – no deberías ni haber empezado – y se dispuso a irse, muy decidida.

No quería que fuera en esas circunstancias, pero no podía esperar más. La chica de mis sueños se me iba de las manos, y no podía permitirlo:

-        Lilly, me voy – esta se dio la vuelta, y me miró, con desprecio.
-        Pues vale… yo iba a hacer lo mismo –y siguió su camino hacia delante.
-        No, no lo entiendes. Me voy, para siempre.

Pero tras esas palabras salir de mi boca, esta se quedó un par de minutos quieta, mirando al suelo. Entonces, se dio la vuelta y se acercó a mí tres pasos, hasta tenerla bien cerca. Hizo un intento de empezar a hablar, y otro, pero era como si no le salieran las palabras, y al fin lo consiguió:

-        ¿Es una broma?
-        ¿Me vez cara de estar bromeando? – respondí mirándola fijamente.

Entonces, tras darse cuenta de que hablaba muy en serio, dejó  la bolsa que llevaba en su mano derecha, y se sentó en un muro a tan solo un metro de nosotros. Yo la seguí. Solo miraba hacia el suelo, luego hacia arriba. Y luego, hacia mí:

-        ¿Oyes eso? – dijo refiriéndose a los árboles que nos rodeaban.
-        ¿El qué?
-        El sonido de la lluvia, de los pájaros… ¡la naturaleza Marcos! No encontrarás un sitio mejor para sentirla que este.
-        ¿Esa es tu excusa para pretender que me quede?
-        Nadie ha dicho que te quedes – respondió como si se hubiera molestado.
-        En ese caso, no tenemos nada de qué hablar… - me dispuse a levantarme pero esta, me lo impidió.
-        ¿A dónde?
-        No lo tengo claro… Islandia, Norteamérica, suramérica, centroamérica, alemania, italia… hay tantos sitios que me quedan por ver…
-        Pues bueno, no sé a qué esperas, coge tu mochila, y adelante.
-        ¿Solo eso? – pregunté.
-        ¿Qué quieres? ¿Qué te pida que te quedes? Lo siento, pero yo no soy nadie para eso.
-        ¿No eres nadie? – me llevé la mano a la cara enfadado – tienes el derecho a eso, ¡y más! Y es que… mira, déjalo. La cuestión es que, quiero que vengas conmigo.

Se quedó callada, entonces me miró, soltó una lágrima y rió:

-        Ahora sí que estarás de guasa, ¿no?
-        Pues no – respondí muy serio
-        Es que… ¿te has vuelto loco? Sí, definitivamente sí – dijo respondiéndose ella misma.
-        Lilly, tú me dijiste que yo tenía un proyecto de vida, y que tú no entrabas en él, ¡y tienes razón! Tú no entras en él, tú eres ese proyecto. Quiero que seas mi futuro.

La joven se levantó del muro en el que permanecíamos sentados. Dio dos vueltas, hacia un lado y hacia otro, mientras sujetaba su cabeza con la mano, como si estuviera pensando locuras. Se notaba que estaba nerviosa. Tras pensar un rato, respondió:

-        Marcos – y volvió a sentarse, cogiéndome de la mano – tú viniste buscando la felicidad, y yo, no he sabido dártela. Sigue buscando aquello que viniste a encontrar, no pierdas tu tiempo en algo que no vale la pena – intenté abrir la boca, pero esta, me calló con un beso. Un beso largo. Apasionado. Seco y húmedo a la vez. Pero que en efecto, me dejó sin palabras.

Se levantó, cogió de nuevo su bolsa. Soltó una pequeña lágrima, me miró. Nuestras miradas en ese momento, se cruzaron intensamente, tras ellas darse la vuelta y comenzar a caminar. Se volvió a mirar  hacia mí, y entonces lo dijo:

-        Adiós Marco, no me olvides.

Y si con aquel adiós de hace una semana, sentí desilusión, con ese último sentí derrumbamiento. Todo se desmoronaba a mí alrededor, y yo inclusive. Al menos, podría decir, que me habían besado, bajo la húmeda lluvia de una navidad en Irlanda.

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