Ya eran las dos de la tarde, las clases habían finalizado y además, era viernes, pues el primer día de clase podía caer tanto lunes como miércoles, o viernes. Todo el mundo se iba en autobús, incluidos Sandra y Jorge. Mi casa estaba a tan solo 4 manzanas, yo iba caminando.
La puerta se cerró de un portazo debido al viento. Me quité los zapatos y los dejé junto a la mesilla de la entrada. No pasaron ni cuatro segundos y mi madre apareció por la puerta de la cocina, una mujer de 45 años, con pelo rizado castaño, ojos marrones claro, y con una personalidad extremadamente amable, con un delantal manchado y las manos recién lavadas:
Carlos, hijo mío. ¿Cómo te ha ido el primer día de clase? – dijo.
Como siempre mamá, ¿qué hay para comer? – dije con poco entusiasmo.
Lávate las manos y llama a tus hermanos para servir la mesa. – y se marchó.
Es lo que tiene tener una familia grande como la mía, las tareas de la casa son de todos. Traspasé todo el primer piso hacia las escaleras, estaba vacía, pues mi padre no había llegado de trabajar. Era un hombre muy ocupado, era dueño de una empresa de reparto muy importante, supongo que debido a ello, no lo veíamos mucho. Tan solo venía a comer, y de vez en cuando. Tenía 43 años, su pelo corto cada día era más blanco, sus ojos son verdes, de ahí los míos. Tenía un carácter un poco raro, intentaba acercarse a nosotros, sus hijos, pero no le salía, y además, cuando se enfadaba, gritaba como un ogro.
Subí las escalera, y enfrente tenía un gran pasillo, dos cuartos a la derecha, dos a la izquierda y uno un poco más grande al fondo. Las dos habitaciones de la parte derecha eran de mis dos hermanos pequeños, dos chicos, de 6 y 10 años. Ambos con pelo castaño como mi madre, ojos marrones como mi madre, y la verdad, fastidiosos. Los cuartos de la izquierda, era uno mío, y otro de mi hermana de unos 17 años, con ojos verdes como yo, y pelo rubio, no sé de donde lo habrá sacado, pasota de todo, pues con su edad era comprensible. Y la habitación del fondo la de mis padres, con un baño incluido dentro, más bien de mi madre, pues mi padre, que además se llamaba Francisco, casi siempre dormía en un apartamento cerca de la empresa.
Chicos todos a comer, Pablo, Javier y Marta – dije gritando en medio del pasillo.
En pocos segundos salieron todos disparados hacia abajo, pues tenían mucha hambre. Entre los cuatro hermanos pusimos la mesa, y Gloria, mi madre, terminaba de preparar la comida. Nos sentamos todos juntos a comer, y mi padre seguía sin llegar, cuando de pronto, la puerta se abrió y un olor a cigarro se apoderó de la casa. Sin duda, era mi padre. Dejó su maletín en la misma mesilla donde estaban mis zapatos, apagó el cigarrillo en el cenicero y se asomó a la puerta donde estábamos comiendo:
Ya he comido fuera, iré a descansar.
Ni cómo ha ido el primer día, ni un hola. Se escuchó como la puerta de su habitación se cerraba, y para romper el silencio comencé a contar un chiste, fue un momento incómodo.
Tweet
No hay comentarios:
Publicar un comentario