Sentí dolor, mucho dolor. Mi cara estaba cubierta de heridas, podía notarlo. Abrí los ojos y allí estaba, mi madre, que al verme despierto se alzó a llamar al médico, y ambos me hicieron extrañas preguntas. Gracias a esto, el doctor pudo darse cuenta de que estaba bien, podía marcharme, y así fue.
Al llegar a casa me esperaban Pablo, Javier y Marta, pero de mi padre, ni rastro. Todos se abalanzaron sobre mí, y me sorprendieron con un gran abrazo, a excepción de mi hermana, que se quedó rígida como una piedra esperando a que esa situación incómoda para ella terminara. Pronto me di cuenta de que todos estaban ansiosos por saber qué había pasado, pero mi madre no les dejó privarse de saberlo, y les invitó a irse de la habitación para hablar conmigo a solas:
Carlos, tú eres un chico muy tranquilo cómo te ha ocurrido esto –dijo preocupada.
Mamá, simplemente un malentendido con unos chicos más mayores que yo, pero tranquila, me han pedido perdón – dije intentando no mentir demasiado.
Está bien, pero ¿no quieres que hable con el director?
¡No! – dije nervioso. –Déjalos mamá, de verdad todo está bien – y me marché.
Me costaba admitirlo pero la cara me ardía de una manera dolorosa. Tenía 3 puntos en el labio y un ojo bastante morado. No tardé en coger el teléfono para saber si Sandra y Jorge sufrieron algún daño al igual que yo, pero más bien fui al único que este grupo al que tanta rabia le tenía, pegó con todas sus fuerzas.
No debía, pero salí a dar una vuelta cuando mi madre tendía la ropa en la terraza trasera. Quería tomar el aire, pues había sido un día muy ajetreado. Eran las seis de la tarde y habían muchos niños jugando en la calle. Entonces, pasé por delante de la cancha de baloncesto, donde un par de chicos juagaban. Me recordó muchas cosas, pues desde hacía más de nueve años que no cogía una pelota y tiraba al aro. Me acerqué más, y para mi sorpresa, uno de los jugadores me invitó a practicar con ellos. Tuve miedo, miré mi rodilla, pues hace mucho tiempo hizo que dejara de realizar el mejor deporte que he probado en mi vida, y lo recuerdo como si fuese ayer. A pesar de estar temblando, me decidí a intentarlo, eran unos chicos muy simpáticos, hablé con ellos, y como me suponía, preguntaron por mi cara. Al pasar un rato, comenzamos a jugar, Jonás, Pedro, Jesús, Marcos y yo. Boté la pelota con muchas fuerzas, y pude notar como mi cuerpo lo agradecía. Me la pasaron y dudé en tirar, pero entonces, lo hice, y pelota roja entró limpiamente en el aro. Todos me piropearon y entonces, me di cuenta de que jugar al baloncesto era una de las cosas que más feliz me hacían, Marcos se me acercó:
¿Por qué no te apuntas al equipo de baloncesto del pueblo? Estamos todos en él, eres muy bueno – dijo con intenciones claras.
No dije nada, era todo muy rápido, solo me despedí y decidí irme a casa, donde mi madre me esperaría furiosa.
Tweet
No hay comentarios:
Publicar un comentario