lunes, 28 de noviembre de 2011

Llegaremos a lo más alto CAPÍTULO 8

                                   CAPÍTULO 8 , El campeonato insular
                                                    
Tan solo quedaban dos horas.  Estábamos a domingo 26 de Diciembre, la nochebuena había pasado y mi equipo y yo estábamos en la final del campeonato insular. Bajé las escaleras, mi madre se encontraba en la cocina, haciéndole la merienda a Pablo:
Mamá, ¿y papá? No irá a verme, ¿verdad? – dije desilusionado.
Hijos sabes que papá tiene un trabajo…
Ya, ya, ¡la misma historia de siempre! Estoy harto, no sé ni por qué vive en esta casa – y con esas últimas palabras me marché dispuesto a ganar ese partido.
La grada estaba más llena que nunca. Lo jugadores nerviosos. Pude ver como mi madre llegaba con mis hermanos. El equipo contrario era el ganador insular consecutivo de nuestra categoría durante cinco años. Teníamos miedo. Pero valor.
El pito sonó y la pelota salió disparada hacia el aire. Comenzamos a correr, y pude notar como mi rodilla crujió, pero en ese momento me dio igual y luché sin darle importancia. Estábamos en el último minuto, y nos ganaban por una canasta. Debíamos meter dos canastas o un triple para ganar, casi imposible, pues tenían una gran defensa:
Mario cógela, sube, vacila al grandote aquel, pásala a Marcos te acercarás a la canasta y antes de tirar la pasas a Carlos y tiras a triple, ¿entendido? – dijo Ángel con confianza.
Pero entrenador… es muy arriesgado, ¿y si…? – no me dejó seguir, nos empujó a la pista y el árbitro pitó.
Y así fue, Mario subió, pasó a Marcos y en los últimos 15 segundos, Marcos me pasó la pelota. Tenía miedo de fallar, pero apunté al aro, y tiré, la pelota dio vueltas y vueltas, hasta que de pronto, un segundo antes de tocar el pito, entró y todos se abalanzaron sobre mí, gritando y totalmente felices, estaba orgulloso de mí mismo.
¡Campeones, Campeones, oe oe oe! – gritábamos dentro del vestuario.
Éramos el mejor equipo de nuestra categoría de Tenerife en esos momentos.
Salí del vestuario y mi familia me abrazó. En ese momento llegó Carol y me plantó un gran beso, el cual hizo a mi madre asombrarse:
Eres un campeón, el mejor de los mejores – dijo con entusiasmo.
¿Yo? Mi equipo – dije, pues no me gustaba el mérito propio.
Fue un día impresionante, estaba ya en la cama cuando la puerta de la casa sonó, era mi padre, y a los pocos segundos la puerta de mi cuarto se abrió:
Felicidades hijo, siento no poder a ver ido, buenas noches – dijo con poca ilusión.
La habitación  de mi padre se cerró, y como de costumbre, los gritos comenzaron a sonar.

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