CAPÍTULO 15, 17 años
Eran las doce de la mañana. Había llegado tarde a casa, lo que significa que estaba cansado. Mi madre seguía en el hospital. Quería quedarme con mi hermana un día, así mi madre descansaría, pero esta, no me dejaba.
Salí al pasillo, allí estaban mis dos hermanos, pues me quedé en mi casa con ellos:
¡Felicidades! – dijeron ambos a la vez, y me dieron un gran abrazo.
Era mi cumpleaños, diecisiete años, ya eran muchos.
Sonó el timbre, era Carol la que traía un regalo en la mano. Era un reloj precioso que vi en una tienda en la ciudad, se lo agradecí mucho. Desayunamos los cuatro juntos, cuando sonó el teléfono:
¿Carlos? Hijo mío, muchas felicidades – era mi padre, con un tono poco entusiasmado.
Gracias papá, nos veremos – y colgué el teléfono, no tenía ganas de hablar con él.
Mi madre no tardó en llegar a casa, me abrazó y muy contenta me dio otro regalo. Intenté explicar que no quería regalos, pero era casi imposible. Estuvo muy poco tiempo, pues Marta estaba con mi tía en el hospital y quería volver con ella.
Eran las tres de la tarde. Llegamos al portal de nuestro piso. Carol subió primero, se empeñó. Al yo abrir la puerta, la luz se encendió y multitud de gente salió de detrás de los sillones:
¡Sorpresa! ¡Feliz cumpleaños! – dijeron todos a la vez.
Estaban todos, mi equipo, Eduardo, Carol, un par de amigos del instituto, mis primos más mayores… pero no estaban, ni Jorge ni Sandra, no sé porque me lo preguntaba, si sabía que nuestra amistad ya no era la misma.
Agradecí a Carol todo esto, la besé:
Eres de lo mejor que hay, ¿sabías? Te quiero – dije románticamente.
Yo sí que te quiero – contestó ella.
Eran las doce de la noche, me lo había pasado muy bien. Estaban saliendo por la puerta los últimos dos amigos del equipo, Marcos y Kevin. Nos despedimos y estuvimos media hora limpiando todo aquel desastre. Estaba feliz de haber pasado un buen rato con mi gente.
A la una de la madrugada, no más, nos acostamos en la cama. Había sido un día agotador:
Buenas noche Carol – dije dándome la vuelta, cerrando los ojos, tan rápido, que no me dio tiempo de escuchar si quiera, si me contestó.
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