Ahí estaba, Marta. Seguía sin responder a ninguna de las pruebas a las que le sometían los médicos. Las esperanzas se agotaban, y en ese momento mi hambre también. Bajé a la cafetería del hospital. Me senté en una mesa cercana a la ventana, donde pude percibir como Ángel, mi entrenador, venía corriendo como loco hacia mí, y detrás ese hombre tan extraño que vi en la cancha de baloncesto. Entraron y se sentaron:
Carlos, tengo que decirte algo, muy importante – dijo Ángel.
Terminó de hablar. Me quedé un momento parado. No podía creerlo, era algo impresionante. Me estaban ofreciendo la oportunidad de mi vida. Ese hombre tan misterioso del otro día, era el Presidente Nacional Español de Baloncesto. Quería que entrara en la 3º división en el equipo Raycok de Madrid. Me ofrecía casa en Madrid, entrenamientos, un futuro profesional increíble, y mucho dinero. Estaba pensando, pero pronto desperté:
Carlos, buenas tardes. ¿Has oído? Es tu oportunidad. Ganarás mucho dinero, y si te haces ver, los equipos grandes te querrán hasta que llegues a jugar en los mejores.
Pero, pe, pero… ¡tengo 17 años! Aún no tengo 18 – dije confuso.
Lo sé, pero yo soy el presidente, haré una excepción, eres muy bueno, tienes un futuro impresionante si aceptas. Solo necesito una firmita y hablar con tus padres, tendrás un contrato conmigo, seré tu manager - .
Yo dejé muy claro que solo llegaría a la cima si era con mi equipo -.
¿Te refieres a que entres en la 3º división pero con tu equipo Brakyout? – dijo.
Sí, exactamente. Sí yo puedo entrar con 17, ellos también - .
Bueno… ¿estás seguro de que quieres eso? – dijo.
Claro, quiero llegar a la primera división pero quiero que aparezcamos los primeros, juntos, Brakyout – dije muy muy convencido.
Y si entras en la tercera división y te va mal, ¿entraría en otro equipo? – no se rendía, seguía insistiendo.
Está dicho, solo me iré a Madrid a jugar en la tercera división con mi equipo y mi entrenador – dije clarísimo.
¿No lo entiendes? Si entras con tu equipo tal vez no avanzas, y los grandes equipos no te querrán – dijo intentando convencerme.
Ya tengo suficiente con decidir irme, con los problemas que esto supone para mí, y mi familia, así que, es mi última palabra - .
Está bien, si es lo que quieres lo haré. Pero no me decepciones, si la Consejería de Deportes ve que os he entrado con 17 años y no dais provecho, me meteré en una buena. Tendréis alojamiento en Madrid, mucha pasta, entrenamientos y empezaréis últimos en la tercera división. Si me decepcionáis, el contrato se acaba, eso sí, tú serás el capitán del equipo, Ángel el entrenador, Gonzalo, un amigo mío que tengo que presentarte, el preparador físico, y yo el manager, el del dinero. ¿Entendido?
Por supuesto, muchas gracias por esta oportunidad, Ángel díselo tú al equipo, por favor, ahora debo ir al hospital – dije poco entusiasmado.
Está bien – intervino Ángel.
El avión saldrá pasado mañana a las 10 de la mañana, nos veremos –dijo mi nuevo “manager”, llamado Diego. Y con la misma, se fue.
Ángel me dio un gran abrazo, e hizo un gesto de agradecimiento y orgullo.
No podía creer lo que hice. Me iba a Madrid, a jugar con mi equipo al baloncesto profesional. Pero tenía que dejar a mi familia, amigos, ¡a Carol! Inmediatamente fui hablar con mi madre, esta se indignó, por el simple hecho de perderme, yo le dije que si ella quería rechazaría la oportunidad, por Marta, pero no me dejó, sabía que era mi sueño. Mi padre, simplemente me estrujó la mano, como un hombre, y sus palabras fueron “mucha suerte”.
Era tarde, las nueve y media de la noche. Quería dedicar el día de mañana para despedirme de Carol, así que aproveché para despedirme de mis hermanos, los cuales no entendían lo ocurrido. De mis amigos del instituto de S/c. Mis primos y familiares. Y también de Eduardo, el cual lloró, pues habíamos hecho muy buenas migas:
No te preocupes, yo cuidaré de Carol –dijo abrazándome.
También visité al equipo para celebrar nuestro triunfo.
Solo me quedaba una cosa por hacer. Fui al hospital. Entré en la habitación veintidós. La tenía delante, mi hermana, Marta. A sus veinte años de edad, atropellada, en coma, y a punto de quedarse paralítica de piernas. No podía parar de llorar, mis lágrimas abundantes reflejaban mi tristeza. No se me ocurrió otra cosa que cogerle la mano:
No sé si me escucharás, pero quiero decirte algo. Siento no haber sido el hermano que podrías haber esperado de mí. No soy perfecto, nunca nos llevamos bien, y ahora me arrepiento. Me voy, lejos. Y espero que cuando vuelva estés de pie, y me des el mayor abrazo del mundo. Te quiero muchísimo Marta, te echaré de menos.
Y allí la dejé, pero antes de darme la vuelta, me di cuenta de que su dedo meñique se movió y entonces recordé algo, cuando teníamos 10 y 13 años, ella me dijo: “Cuando venga mamá me haré la dormida, cuando mueva el dedo pequeño de mi mano significa que he escuchado como le dices que me he muerto, y entonces saltaré ¿vale? “. Esas palabras invadieron mi cabeza, y sacaron una sonrisa en mi cara, y un beso mío en la suya.
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