CAPÍTULO 20 , Dos años después
El sudor cubría mi cara. Botaba y botaba. Tiré la pelota y entró en la canasta sin apenas rozar el aro que la bordeaba. La bocina sonó. Ganamos por seis puntos. No podía creerlo. Con este partido acabábamos de colocarnos primeros en la segunda división. Era Las Palmas. Les habíamos ganado. Ya habíamos pasado tercera y segunda b. Si seguíamos primeros hasta el final del año, subiríamos a primera. Los jugadores me alzaron a lo alto:
¡Primera, allá vamos! – gritaban como locos.
Llevaba ya dos años en Madrid. A mis diecinueve me consideraba muy independiente. No iba a Tenerife desde que me fui el pasado mayo de 2012. Y ya estábamos en el año 2014. He hablado por teléfono con mi madre, y me han visto por la tele, mis hermanos, Marta, porque ya había despertado del coma, pero sus piernas no respondieron e hicieron que esta acabara en silla de ruedas. Ya tenía veintidós años y aún no la había visto, entre tanto partido, pero que valió la pena. Y bueno, Carol. Hablaba cada un par de días con ella. Tenía muchísimas ganas de verla. No había venido a visitarme porque su madre calló enferma, tiene un cáncer, y no le queda mucho tiempo de vida.
Salí del estadio. Un par de niños se acercaron a pedirme un autógrafo, cosa que me satisfacía muchísimo. Ya me conocía Madrid de los pies a la cabeza, y la península, entre tanto viajar. Mañana me iba a Tenerife, al fin. Iba a ver a mi familia, amigos y a mi novia. Me quedaría todo el verano. Estábamos en Junio, y como subiríamos a primera, me dejaban un descanso hasta Septiembre. El avión salía a las nueve de la mañana y eran las diez de la noche. Debía dormir, pues tenía que madrugar.
El avión había despegado. Tenerife me esperaba y en él, mi antigua vida. Hacía ya casi tres meses que no hablaba con Carol. No sabía el por qué, pero me lo explicaría cuando llegara al aeropuerto. Cerré los ojos, el Sol empezaba a relucir, estaba todo despejado, y tenía unas ganas tremendas de ir a la playa. Esperaba llegar y ver a mis padres, mis hermanos… no quería llevarme una desilusión. Mientras pensaba, alguien tocó mi espalda:
Tú eres Carlos, ¿no? El jugador de segunda – dijo un padre entusiasmado.
Sí, soy yo – y sonreí.
¿Podrías firmarle este autógrafo a mi hijo? Vive en Tenerife y te sigue desde siempre – dijo con esperanza.
Por supuesto – y lo firmé.
Muchas gracias – dijo feliz.
No tardé en volverme a dar la vuelta y cerrar los ojos. Tenía miedo de qué encontrarme cuando llegara.
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