Era temprano. El cielo azul brillaba. El sol me miraba sonriente. Sentí un cosquilleo, sabía que hoy era mi día, y que iba a volver a ver a Carol. Me levanté despacio. Mis párpados se abrieron y pude ver mi cuarto. Hacía mucho tiempo que no me despertaba en él. Abrí la puerta del pasillo. Me metí en el baño y salí al pasar una hora. Me puse lo más guapo que pude. Mis ojos verdes esmeralda tenían ilusión, mi cabello moreno brillaba. Ahora tenía dinero, la verdad, y por ello antes de venir, en Madrid le compré a Carol un collar de plata pura, precioso, por lo menos para mí. Ya estaba preparado, había llegado la hora. Bajé las escaleras, me preparé el desayuno, y entonces apareció mi madre:
¿Vas a ver a Carolina? – dijo media dormida.
Sí mamá, tengo muchas ganas, y después iré a visitar a Eduardo, ¿aún vive ahí enfrente? – dije interesado.
No, piensa que tiene tu edad, se ha ido a vivir solo, pero no sé a dónde – y con la misma me dio un beso. – Mucha suerte hijo – y colocándome la camisa, como cuando era un niño, sonrió y se fue.
Las piernas me temblaban. En una mano, el ramo de flores, y en la otra, mi regalo. Tenía miedo, de que me viera muy cambiado, pero a la vez, tenía ganas de verla.
Toqué la puerta. Tardaron unos veinte segundos en abrir. Y entonces, pasó. Mis ojos la vieron. Estaba increíblemente guapa, dormida pero guapa. Sus ojos igual de azules que siempre. Su melena rubia brillante como el Sol. Llevaba un camisón, tenía un cuerpo precioso. Se quedó perpleja, como si hubiera visto un fantasma. Lo primero que se me ocurrió fue darle un abrazo. Fue algo raro, ella no se movía, como si se hubiera sorprendido más de lo que yo pensaba. Entonces, cerró la puerta, mirando hacia el suelo, pensando, me invitó a sentarme. Todo era extraño, la casa estaba cambiada y ella, muy pero que muy rara:
Ca...Carlos… ¿qué haces aquí? ¿cua…cuando has venido? – dijo nerviosísima.
Carol, tranquila. Parece como si no te alegraras de verme. Me han dado vacaciones, ¿por qué no me has llamado? – dije confundido.
He estado ocupada. Claro que me alegro de verte, pero no me lo esperaba… es todo muy raro, desapareciste dos años...
¿Raro? Simplemente estoy aquí, y me quedaré todo el verano – dije acercándome. Poco tardó en alejarse. – Carol, ¿pasa algo? .
Carlos… tú te fuiste. No supe nada de ti. No puedes llegar y… Yo… - no sabía que decir, pero no la dejé terminar.
Comencé a mirar a mí alrededor. Entonces lo comprendí. Solté las flores y mi regalo, los cuales ella observó de reojo. La miré, pero ella no tenía ni el valor de mirarme a los ojos. Me levanté, sin dudarlo. Caminé por el pasillo, Carol iba detrás llorando, todo era raro, y entonces vi una habitación al final que antes no estaba, estaba medio abierta.
Entonces, asomé la cabeza. Mis ojos se llenaron de lágrimas que cayeron muy rápido. Miré hacia atrás, Carol no podía alzar la mirada, pero podía ver como su rostro mostraba tristeza absoluta. En ese momento sentí asco. Sentí traición, y todas las ilusiones que traía conmigo se esfumaron más rápido de lo que tenía pensando. Abrí la puerta con fuerza. Me miraron, y entonces comprendí todo que pasaba. Miré a mí alrededor, me quedé perplejo. Ambos me miraron, no podía creerlo. Nunca pensé que podría sentir algo parecido a lo que noté dentro de mí en ese momento. Solo pude dar un tremendo puñetazo a la pared. Lloraba. Carol intentó acercarse a mí, pero de una manera agresiva la aparté, ella me miró, y yo le devolví la mirada con desprecio. Entonces me levanté dispuesto a entrar. Allí estaba, esa persona que pensaba que era mi amigo, que tanto quise y tanto cariño y apoyo mostré por él. Aquel que al irme, sus palabras fueron “Cuidaré de ella”. Estaba en calzoncillos, y pude ver la ropa en el armario de Carolina. A punto estuve de alzar mi puño en su cara, pero yo no era así, no me rebajaría, además él estaba delante. Sí, otra persona, solté a Eduardo en el suelo, mientras él me miraba con miedo. Me acerqué a él, lo miré. Tenía los ojos de su madre. Era precioso. Con apenas un año de edad, porque no tenías más, y un cabello de color moreno claro. Entonces, me acerqué a Carol:
¿Es mío? – dije con desprecio.
- Carlos… - no la dejé terminar. La cogí por el brazo y repetí:
Joder, ¿Es mío sí o no Carolina? – dije cabreado.
Sí Sí ¡joder! – y se tiró deslizándose por la pared con las manos en la cabeza y llorando. Entonces, me di la vuelta .
¿Sabes una cosa, hijo de puta? Confiaba en ti, me das asco – y mis lágrimas cayeron.
No solo salió con ella, y me traicionó, sino que también se apoderó de mi hijo como si fuera suyo. Entonces estaba llegando a la puerta, cuando pude escuchar:
Pa, pa papá – se dirigió mi hijo a Eduardo, el cual lo abrazó.
Mis lágrimas al escuchar esa frase cayeron sin parar, cerré la puerta con fuerza, y nada más salir, comencé a pegar patadas a todo lo que me encontraba. Bajé a la calle, donde la gente pasaba y se quedaba asustada al verme tirado en el suelo, gritando, todo mi mundo se desmoronó, me daba igual todo, el baloncesto, Madrid, mi vida. Me sentía decepcionado con todo lo que me rodea. No conozco nada. En ese momento, una mujer mayor se acercó a mí:
Hijo mío, ¿estás bien? ¿Pasa algo? – dijo con buena intensión.
En ese momento mis ojos comenzaron a sentirse cansados. Noté como mis párpados querían cerrarse. Comencé a ver todo borroso. Me mareé, y entré en un sueño profundo. Antes de cerrar los ojos por completo, pude mirar arriba, y ver a Carol asomada al balcón, llorando, sus lágrimas parecían cataratas, y entonces se asomó mi hijo, el cual pude escuchar como Carol llamaba, Lucas.
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