domingo, 8 de enero de 2012

Llegaremos a lo más alto CAPÍTULO 26

                     CAPÍTULO 26 , El juicio
                                                              
Eran las nueve de la mañana. Mis piernas temblaban. Miré hacia atrás. Allí estaba Marta, mi madre, mi equipo, mi entrenador, y Sandra. Creo, y solo creo, que ya estábamos saliendo oficialmente. Estaba muy feliz, e ilusionado de poder volver a sentir por una persona, era increíble.
No sé si estaba preparado para volver a ver a Carolina. La madre de Carolina, a pesar de tener cáncer, estaba allí, y el padre igual, más su hermano y un par de amigos. La puerta se abrió. Mis ojos se pensaron unos segundos si mirar o no, pero lo hicieron. Allí estaba. Carolina, rubia como siempre, con una melena brillante, sus ojos azules cielo, y un vestido corto, pero disimulado. Pasó por mi lado, no pudo mirarme. El juez entró. Mi abogado se puso en pie. Habló y habló, pero yo solo pensaba. Se sentó, y el defensor de la madre de mi hijo comenzó a hablar. Una vez acabó, el juez tomó la palabra.
- Está bien. Aquí está claro, que tenéis un problema personal. Pero debéis pensar que hay un niño de un año y medio por medio. Lucas, es vuestro hijo. No le daré la custodia a ninguno. Compartiréis. Ahora Lucas estará un año con su padre, por el tiempo perdido, pero debes dejar que vea a su madre cada cierto tiempo. Y después del año cumplido, lo tendréis tres meses cada uno, ¿está bien? -.
No dijimos nada, asentimos con la cabeza. Me parecía bien. Al fin y al cabo, era su madre. Ahora lo tendría un año conmigo. Y podría recuperar el tiempo perdido.
Me levanté, y salí a tomar el aire. No había nadie fuera, pero poco tardó en abrirse la puerta:
- ¿Querías algo? – dije con desprecio.
- Carlos… antes de mandarme a la mierda, déjame explicarte algo.
- No hay nada que explicar Carolina.
- ¡Sí! No te dije lo de Lucas porque quería que vivieras tu sueño, tu vida… - dijo mirando al suelo.
- Claro, claro. Vivo mi vida con un hijo en Tenerife cuidado por un gilipollas.
- Carlos, Eduardo solo me ayudó, y un día como cualquier otro pasó algo, pero no significó nada tú… - la puerta se abrió de nuevo. Era Sandra.
- ¿No tienes nada que hacer? – le dijo bruscamente a Carolina.
- Ya me iba… - pude ver como se quedó pensativa al ver a Sandra, la cual nunca se llevó bien con ella. 
Sandra me abrazó. Carolina se perdió entre la gente. Mañana llegaría mi hijo en un avión y aún no sabía cómo hacer para explicarle que su verdadero padre soy yo. Aunque no se entere, me costaría que este me llamara papá.
Tenía miedo. Pero numerosas personas me acompañaban. Amigos, familia… me sentía bien, y con ganas de retomar mi vida.


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