martes, 19 de febrero de 2013

Siento decírtelo, pero te quiero CAPÍTULO 27


                                                           CAPÍTULO 27


Era por la mañana, un simple domingo. Marta tomaba un café para no dormirse. Se le habían acercado bastantes personas para sacarse fotos, pero estaba cansada. Álex había ido a buscar algo importante, luego volvería. Aún no había podido ver a su padre, ni hablar con ningún médico desde anoche. Justo en ese momento, un doctor se le acercó:

-          - ¿Marta? ¿Marta Pérez?
-          - Sí, esa soy – respondió limpiándose un poco la cara.
-          - Bueno… no tengo muy buenas noticias, para qué mentirle.
-          - Dígalo, sin rodeos. ¿Qué le pasa?
-          - Es algo delicado. Desde hace cuatro años, cuando también estuvo en este hospital, tras el incidente en su casa, pues no ha estado bien, ¿nunca le ha dicho que tenía dolores en el pecho?
-          - No, la verdad es que no.
-          - Bueno, podría ocultarlo pensando que sería un problema para usted, por su trabajo. Pues desde ese infarto, su corazón no ha estado muy bien. Es fallo nuestro, el no haberle hecho pruebas desde ese día, porque ahora…
-          - Vamos doctor, dígamelo, ¿se va a morir?

-          - Su padre tiene un tumor, tiene cáncer de pulmón. El infarto que tuvo, no fue un verdadero infarto, fue una parada respiratoria, por sus días de fumador, y se le ha ido formando…
-          - Cáncer… - Marta se quedó mirando al frente, sin decir nada. No podía creerlo, ¡cáncer! Sintió unas inmensas ganas de gritar, pero se conformó con soltar una lágrima. - ¿Qué propone que haga?
-          - Siento decirle esto, pero… yo creo que lo único que puede hacer es sedarlo, y dejar que se vaya tranquilo, no vale la pena luchar. Es demasiado tarde. Lo único que conseguiríamos es hacerle sufrir a él, con tanto aparato.

Marta sintió un escalofrío, y se sentó. No podía mantenerse en pie.

-          - Marta… ¿está bien? Puede entrar a verlo, pero espere a que se lo diga.
-          - Vale… no se preocupe, no me moveré de aquí – estaba claro, aunque quisiera, como diera un paso, se desmayaría. Por un momento, vio toda su vida, todos sus momentos, y todas las palabras que su padre le dijo. No podía creer que todo eso acabara ahí, y le daba coraje el hecho de que fuera él, con lo buena persona que fue, cuyo final fuera ese.

Sin darse cuenta alguien se había sentado a su lado. Notó una respiración áspera, un olor que hacía mucho tiempo no percibía, y oyó unas pequeñas lágrimas.

-          - ¿Qué haces aquí? – dijo Marta con cierta indiferencia.
-          - Bueno, por lo menos me has dirigido la palabra…
-          - No te acostumbres.
-          - Marta… - no le dejó terminar.
-         -  ¡No me toques! ¡Porque te juro que no respondo! – respondió la joven a su madre.

En ese momento, el doctor indicó a Marta que entrara a despedirse de su padre. Esta, así lo hizo, y tras salir a la media hora, allí seguía Jessica. Sentada, sin moverse. Marta pasó de largo, como si no estuviera, pero sin que ella se diera cuenta, soltaba una nueva lágrima:

-          - Ya doctor, hágalo.

El doctor estaba a punto de entrar a la habitación para proceder con el sedante, cuando Jessica se levantó y dirigiéndose hacia Marta, dijo:

-          - Marta… ¿de verdad crees que yo puedo vivir con la angustia de que la persona que quieres no te ha perdonado? ¿De verdad crees que puedo? ¿Me consideras tan mala persona?
-          - No sabría qué decirte.
-          - Puedes despreciarme lo que quieras, porque me lo merezco, pero no voy a dejar que me prohíbas intentar que el hombre con el que compartí mi vida, se vaya a ir para siempre, y no me haya perdonado, así que quieras o no, voy a entrar.
-          - Doctor – y este le miró – déjela pasar, tienes diez minutos.

Jessica se dirigió al interior de la habitación. Y entonces lo vio. En esa camilla, hacía cuatro años que no le veía, y aun así seguía sintiendo lo mismo. Se sentó a su lado, y le cogió de la mano. Su aspecto transmitía serenidad, a pesar de todo. Y entonces, rompió a llorar:

-          - Sergio, no sé si me estarás escuchando, pero solo quiero decirte… que yo, nunca quise esto para ti. Yo no elegí mi vida, y todo fue así. De verdad, que siento no haber apreciado lo que tenía, y hacer tal estupidez como la que hice. Lo creas o no, te quiero, y te seguiré queriendo, tanto si estás aquí, como si no lo estás. Nunca me perdonaré el daño que os he causado a ti a Mario, y a Marta, porque nunca pensé que las personas que más quería y quiero, pudieran odiarme de esa manera, y es que yo… - entonces, sus llantos desesperados hicieron que su cabeza callera en la barriga de Sergio.

De pronto, esta notó un ligero movimiento. Levantó rápidamente la cabeza, y se limpió un poco las lágrimas. Miró la máquina, se había asustado. Los párpados de su ex marido se movían, como intento de abrirlos. Pero sin éxito… de pronto, consiguió abrirlos, y sus miradas, se encontraron por última vez, y las lágrimas de Jessica fueron más fuertes.

-          - Yo… yo… - su voz ronca, débil, no se entendía.
-          - No hagas fuerza, no hace falta – respondió la mujer.
-         -  Yo… yo… te… he… yo te he… perdonado, y yo… te… te quiero – los párpados se volvieron a cerrar y el doctor entró para ponerle el sedante. Jessica rompió a llorar, a pesar de que ahora se sentía bien, por el simple hecho de que el hombre que quería le perdonara, pero aun así, se iba, para siempre. Tenía un hijo esperándole en casa, pero su otra hija, su única hija, estaba ahí fuera despreciándola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario