CAPÍTULO 2
La puerta
se cerró con fuerza. Y Pedro vino a mi encuentro:
- ¡Marcos! – se tiró a mis brazos – ¿jugamos?
- Ahora no… - dije dejándolo en el suelo, y reconozco, que un poco apático.
Pasé de
largo, pero no sirvió de nada. Sentada en el sillón, mi madre, mirando al suelo
nerviosa. Y de pie dando vueltas, mi padre. Ambos, alzaron su cabeza al verme
entrar, y no se ponían de acuerdo en quién iba a hablar primero, pero entonces
mi padre dio el paso:
- Creo que deberíamos hablar.
- Papá, mira…. – pero entonces no me dejó ni decir la tercera palabra.
- ¡No Marcos! Ni papá, ni… tienes diecinueve años, ¿cuándo piensas
encontrar un trabajo decente?¡Es que no haces nada! Y si quiera lo intentas…
- Mira papá, lo que no te pienso consentir es que digas que no hago
nada, ¿vale? Ya tengo suficiente con hacer de padre de mis hermanos, porque tú
nunca estás en casa.
- ¿Sabes por qué? ¡Para darte de comer! A ti, y a todos tus hermanos,
así que ni te atrevas a restregarme eso de ninguna manera, porque si estás
aquí, es por mí, porque si no estarías en la calle, muriéndote de hambre.
- Allí es donde tú quieres que esté, ¿no? – miré al suelo apretando mi
puño para no desatar mi rabia descontroladamente, y entonces intervino mi
madre:
- No creo que haga falta ponerse así, relajaos ambos – e hizo un gesto
hacia mi padre.
- ¿Qué me relaje dices? Este chico, está aquí en tu casa, comiendo de
nuestras manos, y ni se inmuta por conseguir un maldito trabajo. ¡En el paro!
- ¿Y tú crees que yo quiero eso? Es que no eres consciente de lo que
quiero en esta vida, ¿verdad? ¿Te has parado a preguntarme si soy feliz? Mejor
no lo hagas, porque no sacarás la respuesta que deseas escuchar.
- Pero es que tú no eres un chico más, tú… - no le dejé terminar, me
acerqué a él.
- ¿Y qué soy? ¿Eh papá? ¿Qué coño soy? Un fracasado, que no sabe hacer
nada, ¿me equivoco? Primero fíjate en lo que haces tú, y luego ven a decírmelo
a mí – en ese momento, nuestras caras estaban más cercas que nunca, y nuestras
miradas se cruzaron. Mi madre, al lado nuestro preocupada. Y entonces nos dimos
cuenta de que Pedro estaba en la puerta observando la situación, asustado.
- ¿Pero qué haces aquí? ¡Vete a ver la tele! – dijo mi madre llevándolo
fuera. Pero tardó poco en entrar de nuevo – y ustedes dos, id a poner la mesa,
porque los niños están a punto de llegar.
Ambos
salimos de la sala, con rapidez, como si tratásemos de esquivar la situación.
En ese instante, la puerta se abrió, y mis tres hermanos aparecieron con
hambre, a la vez que yo agarré mi chaqueta y salí disparado, dejando atrás la
voz de mi madre gritando:
- ¡Marcos! ¿A dónde vas?
Comencé a
caminar por la calle, sin un rumbo fijo. Miraba alrededor. Veía niños jugando
en la calle, coches pasar, madres llamando a sus hijos a comer. Y entonces me
di cuenta del hambre que tenía. Paré en un bar cercano, y con muy poco dinero
pedí algo para comer. Sin darme cuenta, un chico joven, entró por la puerta y
se dirigió a mí:
- Hombre, ¿y tú por aquí? – preguntó – pensaba que trabajabas todo el
día.
- ¡Cristian! Pues bueno, me han despedido… – era mi mejor amigo. Era
moreno, alto, y con los ojos oscuros. Tenía dieciocho años, pero cumpliría los
diecinueve a finales del año.
- ¿Qué dices? Bueno ¿lo hablamos dando una vuelta por Barcelona?
- Lo siento, pero he discutido con mis padres y prefiero estar solo un
rato, te llamo luego, ¿vale? – respondí pagándole al camarero y cogiendo mi
chaqueta
- Claro, claro… lo entiendo, nos vemos tío, ¡no olvides el partido del
sábado!
Salí del
bar huyendo, para encontrarme solo. Me aproximé a la costa, y me senté en un
banco mirando a ningún lado. Entonces, un hombre que se encontraba en el
asiento de en frente, se levantó y pude ver como olvidaba un papel en el lugar
donde estaba. Me acerqué, y cuando estaba a punto de gritarle, pude darme
cuenta de que tan solo era un folleto publicitario. No tenía nada que hacer, y
me senté a leerlo:
“¿Estás
harto de la rutina? ¿Quieres cambiar de vida? Te ofrecemos un viaje a Miami, a
muy buen precio, más información en…” No me hizo falta leer más. De pronto,
sentí algo. Una sensación muy rara recorrió mi cuerpo, como si algo me
estuviera llamando. Sentí algo, que nunca antes había experimentado. Miré al
mar, y la sensación era cada vez mayor, tanto, que tuve que levantarme y
moverme un poco. “¿Qué me pasa?” pensé. Era como si el leer ese folleto, un
simple papel, hubiera hecho que todo mi cuerpo se alborotara por completo. Estaba
claro que no era feliz, pero… ¿qué tendría que ver Miami, con mi felicidad? Era una completa locura. No era una película, era la vida real. ¿En qué estaría pensando? No
tenía ni idea, pero me consideraba un chico que
actuaba según sus sentimientos, y en ese momento, mi cuerpo solo me pedía una
cosa, que aunque fuera extraña, en el fondo, llevaba esperando mucho tiempo.
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