viernes, 8 de marzo de 2013

Está en ti, CAPÍTULO 2


                                                          CAPÍTULO 2


La puerta se cerró con fuerza. Y Pedro vino a mi encuentro:

-        ¡Marcos! – se tiró a mis brazos – ¿jugamos?
-        Ahora no… - dije dejándolo en el suelo, y reconozco, que un poco apático.

Pasé de largo, pero no sirvió de nada. Sentada en el sillón, mi madre, mirando al suelo nerviosa. Y de pie dando vueltas, mi padre. Ambos, alzaron su cabeza al verme entrar, y no se ponían de acuerdo en quién iba a hablar primero, pero entonces mi padre dio el paso:

-        Creo que deberíamos hablar.
-        Papá, mira…. – pero entonces no me dejó ni decir la tercera palabra.
-        ¡No Marcos! Ni papá, ni… tienes diecinueve años, ¿cuándo piensas encontrar un trabajo decente?¡Es que no haces nada! Y si quiera lo intentas…
-        Mira papá, lo que no te pienso consentir es que digas que no hago nada, ¿vale? Ya tengo suficiente con hacer de padre de mis hermanos, porque tú nunca estás en casa.
-        ¿Sabes por qué? ¡Para darte de comer! A ti, y a todos tus hermanos, así que ni te atrevas a restregarme eso de ninguna manera, porque si estás aquí, es por mí, porque si no estarías en la calle, muriéndote de hambre.

-        Allí es donde tú quieres que esté, ¿no? – miré al suelo apretando mi puño para no desatar mi rabia descontroladamente, y entonces intervino mi madre:
-        No creo que haga falta ponerse así, relajaos ambos – e hizo un gesto hacia mi padre.
-        ¿Qué me relaje dices? Este chico, está aquí en tu casa, comiendo de nuestras manos, y ni se inmuta por conseguir un maldito trabajo. ¡En el paro!
-        ¿Y tú crees que yo quiero eso? Es que no eres consciente de lo que quiero en esta vida, ¿verdad? ¿Te has parado a preguntarme si soy feliz? Mejor no lo hagas, porque no sacarás la respuesta que deseas escuchar.
-        Pero es que tú no eres un chico más, tú… - no le dejé terminar, me acerqué a él.
-        ¿Y qué soy? ¿Eh papá? ¿Qué coño soy? Un fracasado, que no sabe hacer nada, ¿me equivoco? Primero fíjate en lo que haces tú, y luego ven a decírmelo a mí – en ese momento, nuestras caras estaban más cercas que nunca, y nuestras miradas se cruzaron. Mi madre, al lado nuestro preocupada. Y entonces nos dimos cuenta de que Pedro estaba en la puerta observando la situación, asustado.
-        ¿Pero qué haces aquí? ¡Vete a ver la tele! – dijo mi madre llevándolo fuera. Pero tardó poco en entrar de nuevo – y ustedes dos, id a poner la mesa, porque los niños están a punto de llegar.

Ambos salimos de la sala, con rapidez, como si tratásemos de esquivar la situación. En ese instante, la puerta se abrió, y mis tres hermanos aparecieron con hambre, a la vez que yo agarré mi chaqueta y salí disparado, dejando atrás la voz de mi madre gritando:

-        ¡Marcos! ¿A dónde vas?

Comencé a caminar por la calle, sin un rumbo fijo. Miraba alrededor. Veía niños jugando en la calle, coches pasar, madres llamando a sus hijos a comer. Y entonces me di cuenta del hambre que tenía. Paré en un bar cercano, y con muy poco dinero pedí algo para comer. Sin darme cuenta, un chico joven, entró por la puerta y se dirigió a mí:

-        Hombre, ¿y tú por aquí? – preguntó – pensaba que trabajabas todo el día.
-        ¡Cristian! Pues bueno, me han despedido… – era mi mejor amigo. Era moreno, alto, y con los ojos oscuros. Tenía dieciocho años, pero cumpliría los diecinueve a finales del año.
-        ¿Qué dices? Bueno ¿lo hablamos dando una vuelta por Barcelona?
-        Lo siento, pero he discutido con mis padres y prefiero estar solo un rato, te llamo luego, ¿vale? – respondí pagándole al camarero y cogiendo mi chaqueta
-        Claro, claro… lo entiendo, nos vemos tío, ¡no olvides el partido del sábado!

Salí del bar huyendo, para encontrarme solo. Me aproximé a la costa, y me senté en un banco mirando a ningún lado. Entonces, un hombre que se encontraba en el asiento de en frente, se levantó y pude ver como olvidaba un papel en el lugar donde estaba. Me acerqué, y cuando estaba a punto de gritarle, pude darme cuenta de que tan solo era un folleto publicitario. No tenía nada que hacer, y me senté a leerlo:

“¿Estás harto de la rutina? ¿Quieres cambiar de vida? Te ofrecemos un viaje a Miami, a muy buen precio, más información en…” No me hizo falta leer más. De pronto, sentí algo. Una sensación muy rara recorrió mi cuerpo, como si algo me estuviera llamando. Sentí algo, que nunca antes había experimentado. Miré al mar, y la sensación era cada vez mayor, tanto, que tuve que levantarme y moverme un poco. “¿Qué me pasa?” pensé. Era como si el leer ese folleto, un simple papel, hubiera hecho que todo mi cuerpo se alborotara por completo. Estaba claro que no era feliz, pero… ¿qué tendría que ver Miami, con mi felicidad? Era una completa locura. No era una película, era la vida real. ¿En qué estaría pensando? No tenía ni idea, pero me consideraba un chico que actuaba según sus sentimientos, y en ese momento, mi cuerpo solo me pedía una cosa, que aunque fuera extraña, en el fondo, llevaba esperando mucho tiempo.

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