domingo, 17 de marzo de 2013

Está en ti, CAPÍTULO 4


                                                      CAPÍTULO 4


“We open the doors, thank you”. Esa extraña voz me despertó. Abrí los ojos lentamente. Hacía bastante frío, para lo que tenía previsto. La gente comenzó a salir del avión con rapidez. Yo salí despacio, despertándome poco a poco. Me aseguré de que se encontraban todos mis objetos personales conmigo. El aeropuerto era realmente grande. La gente me miraba raro, como a un extraño. Todas las mujeres iban tapadas, con grandes pañuelos, y largas faldas. Salí de aquel antro, después de quince minutos fallidos de búsqueda de la salida. Y allí estaba. Después de unos cuantos autobuses, me encontraba en el centro de la ciudad. Era mucho más moderna de lo que me imaginaba. Había algo que me llamaba la atención, y es que era todo blanco, o la mayor parte. Todas las fachadas, las casas… Me senté en un banco en una pequeña plaza. Saqué un bocadillo que preparé la noche anterior en mi casa, y me puse a comer. La gente no parecía muy simpática, tenían apariencia cerrada. Tenía mucha ilusión por conocer esta ciudad, aquí comenzaba mi aventura. Tiré el papel que envolvía mi comida, y entré en una pequeña tienda que había detrás de mí. Compré un mini diccionario “Árabe-español” y viceversa. Me moría de ganas por probarlo. Si algo me había propuesto, era aprender todos los idiomas de los lugares que visitara, y tenía la esperanza de que fueran muchos. Decidí ponerlo en práctica, y me acerqué a un señor que se encontraba sentado en un escalón:

-         -  Hola – dije en su idioma


El hombre de pelo canoso, y ojos verdes color esmeralda, me miró, cerró su libro, y se fue. “Vaya, ¡qué simpáticos son por aquí!” pensé. Debía empezar a preguntarme dónde pensaba dormir. Así que salí calle abajo en busca de un lugar cálido, acogedor, y sobre todo, ¡barato! Comenzaba a anochecer, pues se me había hecho tarde entre tantas vueltas que di. Estaba agotado, y no tenía tiempo para buscar un albergue, o algo similar. Pasé por al lado de una especie de urbanización, pues tenía una gran verja. Miré hacia un lado, y hacia otro. “Ahora, o nunca” me dije. Tiré la mochila muy alto, y con la misma, pegué un gran salto y caí al otro lado del muro. Por suerte, estaba sano y salvo. Desde dentro, no parecía una comunidad muy lujosa. No eran más que simples chabolas, pobres y sencillas. Pero tampoco me importaba. Entré silenciosamente, para no llamar la atención. Miré por la ventana de las pequeñas casas, y veía como dentro disfrutaban de una cena familiar. Y eso me recordó a mi enano Pedro, ¡a todos! Pero sobre todo, a Marina. “¿Estará bien? ¿Cómo se lo habrán tomado mis padres?” me preguntaba. Pero en ese momento, solo me importaba dormir. Al lado de una de las casas, encontré una especie de terraza cubierta, y por suerte, había un colchón a un lado, como si no lo utilizaran. Le di la vuelta con cuidado, y con mi abrigo por encima, me acosté a dormir. Hacía muchísimo frío, y estaba tiritando. Comencé a perder la noción del tiempo. Mis ojos comenzaron a cerrase. De pronto, noté una presencia. Miré de reojo hacia un lado, y vi una figura a mi lado, pero en ese momento, estaba profundamente dormido.


Unos pequeños rayos de sol toparon con mi cara. Me moví lentamente. “Este colchón es muy cómodo” pensé. De pronto, me percaté de que tenía algo por encima, que no era mi abrigo. Pues era mucho más cálido, y grande. Pensé que serían imaginaciones mías, pues no había ni abierto los ojos. Volví a moverme. Y entonces… noté algo raro. Esa sensación de cuando alguien te mira. Alguien que no puedes ver, pero sientes. Abrí los ojos, y rápidamente me di cuenta, de que no estaba en el mismo lugar donde me había acostado la noche anterior. Me levanté de un tirón. Y en efecto, tenía a mi lado un pequeño niño observándome concentrado. En cuanto me vio abrir los ojos, salió corriendo. Entonces fue cuando pude echar un vistazo al lugar donde había amanecido. Estaba en un sofá. A mi derecha había una pequeña televisión con muebles y una mesa de comedor. Y a mi izquierda, una cocina, no muy llamativa. Y por último, en frente, un pasillo no muy largo, con dos puertas a los lados, una de ellas en la que se había metido el niño, y una al fondo. Estaba desorientado, y asustado a la vez. De pronto, escuché un ruido, miré, y una figura femenina se acercaba a mí. Era una mujer, de mediana edad, morena, con pelo oscuro, y ojos color miel. Tenía un gran lunar al lado de la boca, e iba tapada con uno de esos extraños pañuelos que había visto el día anterior. Al verme despierto, se acercó a mí. Yo, temblando, la miré:

-          - Sorry… I… I… - no me salían las palabras. No sabía ni cómo ni por qué estaba en ese lugar.

La mujer comenzó a decir cosas en su idioma, a lo que yo respondí con una cara de incomprensión total. Estaba tan nervioso, que no sabía cómo explicarle que ni hablaba su idioma, ni sabía qué hacía allí. Entonces probé:

-          - Mire, sé que no me entiende… pero, yo no hablo su idioma, soy español, E-S-P-A-Ñ-A – dije lentamente para que me entendiera, y entonces, para mi asombro, la mujer morena soltó una carcajada.

-          - Lo sé – respondió. Me quedé perplejo, había hecho el ridículo, pues al parecer, esta mujer sí que me entendía.
-          - ¡Habla mi idioma! Esto facilita muchas cosas. Mire… lo siento mucho de verdad, no sé si es que soy sonámbulo, o es que me han hecho una encerrona, pero le juro que yo solo estaba durmiendo en un viejo colchón que estaba en la calle, yo… - no me dejó terminar
-          -¿Nombre?
-          -Marcos, Marcos Capote señora
-          -Vale, Marcos – y asintió – yo soy la que te ha entrado aquí. Bueno, más bien mi vecino, pues no creo que una mujer con mis características pueda cargarte, ¿no? – y comenzó a reír. La verdad, que yo no entendía nada, de nada.
-          -Pero… ¿por qué?
-          -Me diste pena. No voy a mentirte. Pareces un buen chico, ¿sabes? Tengo dos hijos pequeños – dijo señalando hacia el pasillo – y te vi ahí tirado, y no pude evitar meterte en casa, no me costaba nada
-          -Pero… ¡no me conoce de nada! No lo entiendo, aunque se lo agradezco muchísimo, hacía mucho frío ahí fuera.
-          -¿No tienes familia?
-          -Sí, claro que sí… viven en España. Yo he venido… a …conocer mundo.
-          -¿Sólo?
-          -Sí, sólo – dije no muy convencido – y usted… ¿por qué habla español?
-          -Mi padre era latino, y tengo algunas ramas, y antes de que preguntes, falleció – dijo como si no le afectara para nada. Me sentí muy incómodo
-          -Bueno – dije levantándome, y buscando mi mochila – será mejor que me vaya, ya ha hecho usted suficiente por mí.
-          -¿Irte a dónde? ¿A buscar otro colchón donde dormir?
-          -Mayormente – dije sonriendo
-          -No vas a ninguna parte, te quedas aquí – respondió tirando de mi brazo y provocando que me sentara de nuevo en el sillón
-          -¿Cómo que me quedo aquí? ¡Está loca! Con todos mis respetos… yo se lo agradezco mucho, de verdad, pero yo no puedo aprovecharme de su humildad…
-          -No te he preguntado, lo estoy afirmando. Por esta zona, no hay gente con mucho dinero ¿sabes? Gracias a dios, yo tengo el suficiente para llevar una buena vida, y me sobra un poco, para dártela a ti.

Yo estaba anonadado. No entendía nada.” ¿Cómo una mujer que no te conoce de nada puede ofrecerte vivir en su casa?” pensaba. Es imposible… Pero ella me interrumpió de nuevo:

-          -Oye chico, ¿entonces qué dices? No voy a comprarte caprichos, ¡ni mucho menos! Porque no tengo toda la plata del mundo… pero puedo ofrecerte este sillón, y comida. No todos los días te ofrecen algo así, ¿no?

No sabía qué decir. No quería aprovecharme de esta mujer, pero la verdad que la situación me facilitaba muchas cosas. E incluso, podría aprender árabe gracias a ella.

-          -¿Cómo se llama? – le pregunté
-          -Me llamo Sàmi, y por favor, no me trates de usted – y rió
-          -Está bien, Sàmi. Me quedaré. Pero le prometo que desde que pueda me iré. Muchísimas gracias, de verdad. No sé cómo agradecérselo…
-          -No tienes que hacerlo muchacho, por el momento podrías ayudarme a poner la mesa, te has pegado una buena dormida… ya casi es mediodía.

Me levanté sin pensarlo. Me sentía raro. Acababa de acceder a vivir en una casa con personas que no conocía de nada. Pero a mí me gustaban los retos, y este sería uno. Sàmi tenía pinta de ser una mujer muy humilde, generosa y buena. Y los dos pequeños que acababan de salir del cuarto, mirando hacia el suelo, avergonzados, también.  Al parecer esta iba a ser mi nueva vida, y quería adaptarme a ella lo antes posible. Los miré a los tres, y sonreí. Eran una familia. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario