martes, 19 de marzo de 2013

Está en ti, CAPÍTULO 5


                                                    CAPÍTULO 5


Me encontraba en la cocina cerrando la mochila. Sàmi me había lavado la poca ropa que había llevado, para que me durara. Estaba vestido como el día anterior. Estaba en Casablanca, no creía que nadie fuera a fijarse en mí. La verdad que tenía un poco de hambre, a pesar de que nunca desayunaba, pero solo había pasado un día, no tenía la suficiente confianza. En ese momento, la mujer llegó del pasillo:

-          - ¿A dónde vas?
-          - No lo sé… quiero ver un poco este lugar, ¿qué me recomendarías?
-          - Mira, coge el autobús número 776, y bájate en la última de las paradas. Te llevará a una playa de arena amarrilla, ¡preciosa!
-          - Suena bien, muchas gracias – dije ya colgándome la mochila
-          - Espera, ¿has desayunado?
-          - No, no… tranquila, no tengo hambre.
-          - Venga hombre Marcos, no me mientas. Cógete al menos una manzana por favor – me recordaba a mi madre.
-          - Está bien – cedí al fin – repito, muchas gracias
-          - ¿Te vas a pegar todo el tiempo que estés aquí agradeciéndomelo todo?

-          - Así me han educado – dije muy orgulloso
-          - Me alegro muchísimo, anda ve, que se te hace tarde, no llegues muy de noche, esto no es España.

Salí por la puerta, y caminé apenas diez minutos. Estaba un poco perdido, así que me paré en la primera estación que encontré. Tras pasar un buen rato, llegó el autobús número “766” cómo Sàmi me había dicho. Era todo muy diferente, pero espero que valiera la pena. Ya llevaba aproximadamente cuarenta y cinco minutos en el autobús, pero se me habían pasado rápido, pues iba observando el paisaje. De pronto, se paró. Y todos se bajaron. Yo hice lo mismo, pues al frente solo había una rotonda, por lo que supuse que sería la última de las paradas. Y en efecto, así fue. Caminé hacia delante, dos calles. Y fue entonces cuando llegué. Me quedé perplejo. Un largo muro cubría toda la costa. Tras él, escaleras de madera, perfectamente conservadas. Y por último, la playa. ¡Esa preciosa playa! El mar estaba como un plato. Bajé, y me senté lo más cercano al agua posible. Saqué mi libreta. Una en la que solía escribir lo que sentía hacía muchísimo tiempo, y que tenía abandonada. Era posiblemente el único objeto que no fuera de aseo, que había llevado. Encontré la piedra que me había regalado mi hermana antes de irme, en uno de los bolsillos. Me acordé de ella. De mis hermanos, y de mis padres. “¿Cómo estarían?” me preguntaba, pero no era el momento de eso. Cogí un bolígrafo y comencé a escribir:

                   “Siento el aire rozando mi cara. Los brotes de viento levantando mi pelo. La arena mojada en mis pies. Siento cómo lentamente el agua recorre todos y cada uno de mis dedos. Respiro hondo. Un aire puro. Oigo los pájaros cantar. Los árboles bailar. Veo los niños jugando. Las personas corriendo, paseando… Veo las pequeñas olas. Cómo la blanca espuma cubre mis pies. Una y otra vez. Siento libertad dentro de mí. Espontaneidad. Me siento vacío, pero a la vez lleno. De pronto, percibo un cosquilleo. Es un pequeño cangrejo, perdido entre la inmensa arena amarilla. Parece que me mira. Llega el mar, y se lo lleva consigo. Y puede, que esté acabando con su sufrimiento, o con su felicidad. Nadie lo sabrá nunca. Vuelvo a centrarme en mí. Huelo la sal marina. Cierro los ojos. Me imagino en otro mundo…”

Paro de escribir. Cierro la libreta y es ahí, cuando suelto mi primera lágrima. “¿Será esto lo correcto?” me pregunto muy seriamente a mí mismo. Me levanto, recojo mis cosas y me dispongo a irme. Dos calles, cuarenta y cinco minutos, más diez minutos más, y estoy en casa. Llego, y están Sàmi y sus hijos, jugando a las cartas, riendo. Entro, y todos se levantan para recibirme. Los niños se van fuera, y la mujer me invita a sentarme:

-          - Qué, ¿qué te ha parecido?
-          - Es increíblemente bonita… - dije mirando al suelo
-          - Pareces triste
-          - No lo estoy… - respondí intentando no mentir demasiado
-          - ¿Echas de menos a tu familia verdad?
-          - Sí… la verdad es que sí
-          - Puedo preguntar, ¿cuál fue el motivo de tu partir?
-          - Bueno… no me iban las cosas muy bien. Era más bien una carga para ellos, y no era feliz. Quería salir a buscarme a mí mismo.
-          - Para un padre, o una madre… nunca eres una carga. Ahora, me parece genial que quieras abrir tus alas, pero… ¿lo sabían ellos?
-          -           No lo sé, tampoco creo que yo lo dijera. Eran unos padres magníficos, pero supongo que soy yo el que no encajo. Tan solo se lo dije a mi hermana.
       - ¿Cuántos hermanos más tienes? – preguntó interesada
-          - Somos cinco, el pequeñín Pedro. Sara y Román, los mellizos medianos. Y Marina, de la que te he hablado
-          - Estoy segura, de que estarán muy orgullosos de ti, y de que volverás a encontrarte con ellos – dijo dándome la mano y sonriendo
-          - Muchísimas gracias… estás siendo como una madre para mí. Has metido a un desconocido en tu casa, confiando en él. Eso me dice mucho de ti – dudé un momento - ¿puedo hacerte yo una pregunta?
-          - Claro, adelante – respondió receptiva
-          - ¿Tu marido?
-         - Lo reclutaron en el ejército pakistaní, en la guerra. Fue hace unos cuatro años, cuando mis chicos tan solo tenían tres. No he vuelto a saber nada más de él. Pero bueno, está más que superado, y aquí estamos muy bien.

Me sentí mal por esa conversación, así que cambié de tema:

-          - ¿Hacemos algo rico para cenar? Tengo muchas recetas españolas.
-          - ¡Me parece genial! Espera que llamo a Rakin y Alí.

Lo que Sàmi me había contado, me había hecho darme cuenta de que hay persona en peor situación que tú mismo. Que no todo es fácil en esta vida, pero que todo se supera. Yo había venido en busca de la felicidad, e iba a encontrar. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario