CAPÍTULO 5
Me encontraba en la cocina cerrando la mochila. Sàmi me
había lavado la poca ropa que había llevado, para que me durara. Estaba vestido
como el día anterior. Estaba en Casablanca, no creía que nadie fuera a fijarse
en mí. La verdad que tenía un poco de hambre, a pesar de que nunca desayunaba,
pero solo había pasado un día, no tenía la suficiente confianza. En ese
momento, la mujer llegó del pasillo:
- - ¿A dónde vas?
- - No lo sé… quiero ver un poco este lugar, ¿qué me
recomendarías?
- - Mira, coge el autobús número 776, y bájate en la
última de las paradas. Te llevará a una playa de arena amarrilla, ¡preciosa!
- - Suena bien, muchas gracias – dije ya colgándome
la mochila
- - Espera, ¿has desayunado?
- - No, no… tranquila, no tengo hambre.
- - Venga hombre Marcos, no me mientas. Cógete al
menos una manzana por favor – me recordaba a mi madre.
- - Está bien – cedí al fin – repito, muchas gracias
- - ¿Te vas a pegar todo el tiempo que estés aquí
agradeciéndomelo todo?
- - Así me han educado – dije muy orgulloso
- - Me alegro muchísimo, anda ve, que se te hace
tarde, no llegues muy de noche, esto no es España.
Salí por la puerta, y caminé apenas diez minutos. Estaba un
poco perdido, así que me paré en la primera estación que encontré. Tras pasar
un buen rato, llegó el autobús número “766” cómo Sàmi me había dicho. Era todo
muy diferente, pero espero que valiera la pena. Ya llevaba aproximadamente
cuarenta y cinco minutos en el autobús, pero se me habían pasado rápido, pues
iba observando el paisaje. De pronto, se paró. Y todos se bajaron. Yo hice lo
mismo, pues al frente solo había una rotonda, por lo que supuse que sería la
última de las paradas. Y en efecto, así fue. Caminé hacia delante, dos calles.
Y fue entonces cuando llegué. Me quedé perplejo. Un largo muro cubría toda la
costa. Tras él, escaleras de madera, perfectamente conservadas. Y por último,
la playa. ¡Esa preciosa playa! El mar estaba como un plato. Bajé, y me senté lo
más cercano al agua posible. Saqué mi libreta. Una en la que solía escribir lo
que sentía hacía muchísimo tiempo, y que tenía abandonada. Era posiblemente el
único objeto que no fuera de aseo, que había llevado. Encontré la piedra que me
había regalado mi hermana antes de irme, en uno de los bolsillos. Me acordé de
ella. De mis hermanos, y de mis padres. “¿Cómo estarían?” me preguntaba, pero
no era el momento de eso. Cogí un bolígrafo y comencé a escribir:
“Siento el aire rozando mi cara. Los brotes de viento levantando mi
pelo. La arena mojada en mis pies. Siento cómo lentamente el agua recorre todos
y cada uno de mis dedos. Respiro hondo. Un aire puro. Oigo los pájaros cantar.
Los árboles bailar. Veo los niños jugando. Las personas corriendo, paseando…
Veo las pequeñas olas. Cómo la blanca espuma cubre mis pies. Una y otra vez.
Siento libertad dentro de mí. Espontaneidad. Me siento vacío, pero a la vez
lleno. De pronto, percibo un cosquilleo. Es un pequeño cangrejo, perdido entre
la inmensa arena amarilla. Parece que me mira. Llega el mar, y se lo lleva
consigo. Y puede, que esté acabando con su sufrimiento, o con su felicidad.
Nadie lo sabrá nunca. Vuelvo a centrarme en mí. Huelo la sal marina. Cierro los
ojos. Me imagino en otro mundo…”
Paro de escribir. Cierro la libreta y es ahí, cuando suelto
mi primera lágrima. “¿Será esto lo correcto?” me pregunto muy seriamente a mí
mismo. Me levanto, recojo mis cosas y me dispongo a irme. Dos calles, cuarenta
y cinco minutos, más diez minutos más, y estoy en casa. Llego, y están Sàmi y
sus hijos, jugando a las cartas, riendo. Entro, y todos se levantan para
recibirme. Los niños se van fuera, y la mujer me invita a sentarme:
- - Qué, ¿qué te ha parecido?
- - Es increíblemente bonita… - dije mirando al
suelo
- - Pareces triste
- - No lo estoy… - respondí intentando no mentir
demasiado
- - ¿Echas de menos a tu familia verdad?
- - Sí… la verdad es que sí
- - Puedo preguntar, ¿cuál fue el motivo de tu
partir?
- - Bueno… no me iban las cosas muy bien. Era más
bien una carga para ellos, y no era feliz. Quería salir a buscarme a mí mismo.
- - Para un padre, o una madre… nunca eres una
carga. Ahora, me parece genial que quieras abrir tus alas, pero… ¿lo sabían
ellos?
- - No lo sé, tampoco creo que yo lo dijera. Eran
unos padres magníficos, pero supongo que soy yo el que no encajo. Tan solo se lo dije a mi hermana.
- ¿Cuántos hermanos más tienes? – preguntó
interesada
- - Somos cinco, el pequeñín Pedro. Sara y Román,
los mellizos medianos. Y Marina, de la que te he hablado
- - Estoy segura, de que estarán muy orgullosos de
ti, y de que volverás a encontrarte con ellos – dijo dándome la mano y
sonriendo
- - Muchísimas gracias… estás siendo como una madre
para mí. Has metido a un desconocido en tu casa, confiando en él. Eso me dice
mucho de ti – dudé un momento - ¿puedo hacerte yo una pregunta?
- - Claro, adelante – respondió receptiva
- - ¿Tu marido?
- - Lo reclutaron en el ejército pakistaní, en la
guerra. Fue hace unos cuatro años, cuando mis chicos tan solo tenían tres. No
he vuelto a saber nada más de él. Pero bueno, está más que superado, y aquí
estamos muy bien.
Me sentí mal por esa conversación, así que cambié de tema:
- - ¿Hacemos algo rico para cenar? Tengo muchas
recetas españolas.
- - ¡Me parece genial! Espera que llamo a Rakin y Alí.
Lo que Sàmi me había contado, me había hecho darme cuenta de
que hay persona en peor situación que tú mismo. Que no todo es fácil en esta
vida, pero que todo se supera. Yo había venido en busca de la felicidad, e iba
a encontrar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario