CAPÍTULO 6
3 meses
después…
El cielo
estaba especialmente despejado. El calor se hacía de notar. Los cuatro
permanecíamos en la mesa comiendo. Y entonces, sentí que debía hacerlo:
- Sàmi, tengo que hablar contigo.
- Vale un momento – se giró y habló en árabe a sus hijos, el cual yo ya
entendía a la perfección – dime.
- Mira, creo que ya llevo demasiado tiempo aquí… mi idea era recorrer
mundo, y quiero hacerlo.
- Pero… ¡tres meses no es tanto!
- Para lo que yo tenía pensando sí… me conozco esta ciudad entera. Sé
hablar árabe, ¿qué más se me ha perdido aquí? Me da mucha pena despedirme de vosotros,
que me habéis dado… ¡no sé ni cómo explicarlo! Pero tengo que hacerlo.
- ¿A dónde irás?
- Australia
- Bonito lugar…
- Sí, pero eso no significa que no nos volvamos a ver. Cuando termine mi
aventura, te prometo, que volveré aquí, para verte de nuevo, y a tus hijos.
- Marcos – respondió ella cogiéndome de la mano – no tienes que
prometerme nada, vive tu sueño. Anda despídete de ellos, les costará
asimilarlo.
Me levanté
de la silla, y me dirigí a la habitación:
- Rakin, Alí… sua ha jita kolio ma so ta nusjkfi, ¿kdnufn juen? – ambos
me abrazaron, sin decir nada. Me dio muchísimas pena, tanta que hasta solté una
pequeña lágrima.
Salí de
allí lo antes posible. Debía irme al aeropuerto, pues me esperaban muchas horas
de vuelo, y escalas. Pasé por el lado de Sàmi:
- Me has dado todo lo que no tenía pensando tener… has hecho que mi
estancia aquí, sea increíble. Aunque no te guste que te prometa nada… te prometo
que volveremos a vernos, ¿vale? – dije abrazándola con fuerza.
- Claro, tú siempre estarás en mi corazón, como un hijo más – nos
fundimos en un gesto de cariño eterno, hasta que dije adiós con la mano y salí
por la puerta dejando atrás lo que había sigo mi hogar durante tres largos
meses.
Llegué al
aeropuerto. Ahora, iba más tranquilo, pues dominaba completamente el árabe, y
podía comunicarme, gracias a Sàmi que me dio clases todas las mañanas durante
este tiempo. Me acerqué al mostrador. No había gastado a penas dinero, tan solo
en el vuelo en el que llegué de España, y alguna que otra cosa. Me había tocado
la lotería encontrando a Sàmi aquí. La cola era inmensa, hasta que fue mi turno.
Pedí un billete, a Sydney, Australia. Iba a pasar calor, pues el verano se
acercaba, pero me apetecía mucho estar en esa ciudad. El avión saldría dentro
de una hora, y eran las tres de la tarde. Tendría que hacer escala en Frankfut
(Alemania) luego, en Tokyo (Japón) y más tarde, Sydney. Serían como unas veinte
y tres horas de vuelo, dependiendo del tiempo que pasase en los aeropuertos de
los distintos sitios. Comenzamos a embarcar tras dar la señal por el megáfono.
El avión salió desde Casablanca, mientras yo miraba por la ventanilla, la
lujosa ciudad. Por fin, llegamos a Alemania, donde estuvimos esperando una
hora. Cogimos el siguiente avión, y al llegar a Tokyo a penas permanecimos en
el aeropuerto media hora. En el último avión, fue cuando aproveché para dormir
un poco. Solo faltaban unas cuantas horas para llegar a mi destino, y quería
estar preparado.
Abrí los
ojos. La gente comenzaba a salir del avión, despacio. Miré mi reloj, en hora
africana, eran las cuatro de la tarde, lo que llevaría unas veintitrés o
veinticuatro horas volando. Le sumé lo correspondido a este país, nueve horas.
Miré por la ventana, estaba claro que las cuatro, no eran. La una de la
madrugada. Salí del avión, con apenas un poco de abrigo encima, pues las
temperaturas no eran precisamente frías. Entré en el aeropuerto, donde se
encontraban personas durmiendo en el suelo, me supuse que esperando a su vuelo,
por retraso u otros problemas. Agarré con fuerza mi mochila, y salí de allí
buscando un sitio donde dormir. Entonces recordé lo que me dijo un amigo tras
venir de un viaje al mismo lugar donde me encontraba. Se quedó en una especie
de hostal en el centro, donde apenas se gastó dinero. Comencé a buscarlo. Me
daban un poco de miedo las calles, pues no conocía la ciudad… y no estaba en mi
país. Al final, apareció un taxi:
- Taxi? – dijo el señor parando el coche y bajando la ventanilla.
Sin decir
nada, me metí dentro. Empecé a pensar cómo decirle si conocía algún hostal
cerca, y entonces me arriesgué:
- Hostal?
- Yeah! I know… I take you!
Por decirlo
de alguna manera, confié en él. Hasta que a unos diez minutos, paró el coche. Y
señaló a mi derecha, donde se podía ver bien claro el cartel: “International
Hostel”. Me alegré de haber cambiado los francos que me habían sobrado de
África, por dólares en el aeropuerto.
- six dolars, please – e hizo un gesto con la mano.
Le di el
dinero, me despedí, y entré en el lugar que buscaba. Un pequeño mostrador
cubría la sala. Un par de sillones, en el medio, con gente conectada a los
ordenadores. Se veía muy acogedor. Me acerqué a la mesa donde una chica, joven,
de ojos verdes y pelo castaño me atendió con amabilidad, e hizo un gran
esfuerzo por entenderme. Al fin, me dio una pequeña habitación. ¡Era muy
barato! Subí unas escaleras. En el piso superior, había dos puertas, con la
palabra “toilets”. Lo que supuse que también eran los vestuarios. Una sala de
juegos, con tele, y por último el pasillo con las habitaciones. Busqué la mía,
pues hoy no estaba para pensar. Tan solo una cama en el centro, con una mesilla
al lado, y una mesa. Suficiente para mí. Dejé mi mochila en el suelo, me quité
la ropa, y con la misma me acosté. Había sido un viaje muy largo, y esperaba
pasar una interesante estancia en Australia.
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