domingo, 24 de marzo de 2013

Está en ti, CAPÍTULO 7


CAPÍTULO 7

Un rayo de luz invadió de una manera suave mi cara. Supuse que no serían más de las once. Había dormido bastante bien, no por la cama, si no por lo cansado que había llegado. Tenía ganas de ver el lugar en el que me encontraba, pero a la misma vez, no quería levantarme de la cama. Pero al final, lo hice. Me puse una ropa nueva que me regaló Sàmi antes de irme, de su antiguo hermano, que en paz descanse. Unos zapatos, los únicos que traje a este maravilloso viaje. Cogí mi mochila, como siempre, y salí escaleras abajo, donde la recepcionista que me atendió la noche anterior, me observaba sonriente. Abrí la puerta que llevaba al exterior, pero antes, cogí una manzana proveniente de una máquina. No me gustaba mucho desayunar, y ahora que no estaba en casa, podía darme el lujo. Comencé a caminar. Nada más salir, pude apreciar la belleza del lugar. La noche pasada, no pude darme cuenta, pues venía cansado y estaba oscuro. Pero ahora… todo era mucho más claro. Las calles relucientes, muy distinto a Casablanca. En esta ciudad,
podías caminar mientras observabas el mar, puentes, barcos… era todo mucho más moderno. Numerosos edificios se hacían de notar. Podías pasar de un lado a otro, mediante puentes, como si fueras pequeñas islas unidas. Era un lugar en el que podías respirar el fresco mar, a la vez que observabas el centro, y la movilidad de las calles. No sabía lo que quería hacer, así que comencé a caminar sin rumbo fijo. Me llamaban la atención muchas cosas, pero la que cautivaba mis ojos, era aquel increíble puente. No había visto en mi vida otro igual. Era grande. Los hierros que lo formaban brillaban a la luz del sol. Los coches, parecían disfrutar de las vistas mientras conducían. Me acerqué un poco más, para poder apreciarlo mejor. En ese momento, un hombre pasó por mi lado, con un poco de prisa, y sin darme cuenta giré rápidamente mi cabeza dándole así un doloroso golpe en su ojo derecho.

-      ¡Dios mío! – dije en voz alta, pero pronto me di cuenta de que no me entendía
-      Are you crazy? You… you… - comenzó a decir cosas que mis oídos no conseguían comprender.
-      I'm sorry, soy español - intenté explicarle.
-      I know! - siguió hablando, pero pude entender que no pasaba nada.
-      Ok! Gracias... - el hombre salió disparado. No me dio apenas tiempo a disculparme, así que seguí mi trayecto rumbo a ningún lado.

Paré en un pequeño restaurante. Eran ya las dos del mediodía, y creía merecerme una buena comida por una vez. Comencé a leer una revista, pero no entendía nada. La verdad, que no presté mucha atención a las clases de inglés en el instituto, y así me fue. En ese momento decidí apuntarme a una escuela de idiomas, a aprender inglés, pues me propuse conocer todos los idiomas pertenecientes a los países que visitara. Quité la revista un momento de mi vista, y miré al frente. Me quedé un momento confundido, no podía ser. En la mesa de la derecha, se encontraba el mismo hombre con el que coincidí hacía un par de horas. Justo en esos minutos, pude observarle bien. Llevaba unos zapatos negros, brillantes. Lucía un traje de corbata, gris tirando a negro. Su perilla mostraba suspicacia, y sus ojos color marrón intenso, misterio. Sujetaba unas gafas, pero al parecer, no fijas. Al menos, fue lo que supuse al ver que se las quitaba tras leer el papel que sostenía. Su pelo negro, no muy largo, peinado de una manera elegante. Tenía cara de estadounidense, no australiano. Parecía un hombre con dinero. Dudé un momento, pero al final me decidí. Estaba en deuda con él, no bastaba con un simple “gracias”. Así que a pesar de saber, que mi inglés no era muy bueno, me acerqué a él. Cogí asiento sin preguntarle, y antes de que hablara comencé yo:

-      Soy epañol.. I invite you, ok?
-      No,no… impossible! Thank you very much!
-      Yes, yes… - e hice un gesto para que se volviera a sentar. Estos australianos, no se dejan invitar a nada. – ¿Cerveza?
-      Cerveza?
-      Oh sorry… - no sabía cómo se decía, así que comencé a buscar por las mesas, me levanté y le señalé aquello que era para mí, la cerveza.
-      Ohhh! Ok… yeah! I love it! – la verdad, me resultaba raro estar hablando con él, y que en cierto modo… me entendiera algunas cosas.
-      You… australian?
-      Oh… no, I’m from America – no sé por qué lo sabía, pero era así.
-      Good… you…

Seguí hablando y hablando. Tanto, que me di cuenta de lo que me gustaba este idioma, y el hecho de poder comunicarme con él, sabiendo que era el más usado en este mundo. Me serviría para mis próximos destinos. Erik me contó muchas cosas. Pero no entendí apenas la mitad… le prometí que cuando supiera este idioma a la perfección, volveríamos a quedar para que me lo contara de nuevo, aunque me estaba cayendo tan bien, que me daba la impresión de que nos veríamos más de una vez. Ese aspecto de persona elegante, desapareció cuando ya llevaba unas copas encima. Tras pasar casi toda la tarde allí, le llamaron por teléfono. Y no comprendí el motivo, a pesar de que me lo explicó varias veces, pero se tuvo que ir, y yo me resigné a volver a caminar un poco. Nos despedimos, tras él darme su correo electrónico. Una de las pocas cosas que entendí de esa conversación, fue que este quería regalarme un móvil. No sé ni por qué, ni cómo… pero a mí, a un desconocido. Uno nuevo, para no tener el número de teléfono de nadie de mi pasado, y que así, no pudieran localizarme, tan solo poder comunicarme con la gente que fuera conociendo. Me sentía orgulloso de mí mismo. Fui de nuevo al hostal, y aquella chica tan guapa del mostrador se dirigió a mí:

-      Hola, ¿está todo bien? - dicho en mi idioma.
-      Sí, ¡muchas gracias!

Me fui rápidamente. A pesar de la chica ser muy simpática conmigo, tenía mucho sueño, y no tenía ganas de ponerme hablar, un idioma que llevaba todo el día intentado comprender. Ahora era momento de irme a la cama. Llevaba ya un tiempo fuera, faltaba muy poco para que fuese Junio. Las cosas marchaban mucho mejor de lo que esperaba. Ahora me quedaba un tiempo en Sydney, y aún no tenía claro cuál sería mi próximo destino. Solo me tocaba disfrutar de cada momento, que era a lo que había venido. Tan solo sentía que mi yo, comenzaba a dar gritos, intentado salir de dentro, pero aún le quedaba un pequeño empujón. Me acosté, cerré los ojos, y comencé a meterme en mis sueños, para ver si así, descansaría aún más.

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