CAPÍTULO 7
Un rayo de
luz invadió de una manera suave mi cara. Supuse que no serían más de las once.
Había dormido bastante bien, no por la cama, si no por lo cansado que había
llegado. Tenía ganas de ver el lugar en el que me encontraba, pero a la misma
vez, no quería levantarme de la cama. Pero al final, lo hice. Me puse una ropa
nueva que me regaló Sàmi antes de irme, de su antiguo hermano, que en paz
descanse. Unos zapatos, los únicos que traje a este maravilloso viaje. Cogí mi
mochila, como siempre, y salí escaleras abajo, donde la recepcionista que me
atendió la noche anterior, me observaba sonriente. Abrí la puerta que llevaba
al exterior, pero antes, cogí una manzana proveniente de una máquina. No me
gustaba mucho desayunar, y ahora que no estaba en casa, podía darme el lujo.
Comencé a caminar. Nada más salir, pude apreciar la belleza del lugar. La noche
pasada, no pude darme cuenta, pues venía cansado y estaba oscuro. Pero ahora…
todo era mucho más claro. Las calles relucientes, muy distinto a Casablanca. En
esta ciudad,
podías caminar mientras observabas el mar, puentes, barcos… era
todo mucho más moderno. Numerosos edificios se hacían de notar. Podías pasar de
un lado a otro, mediante puentes, como si fueras pequeñas islas unidas. Era un
lugar en el que podías respirar el fresco mar, a la vez que observabas el
centro, y la movilidad de las calles. No sabía lo que quería hacer, así que
comencé a caminar sin rumbo fijo. Me llamaban la atención muchas cosas, pero la
que cautivaba mis ojos, era aquel increíble puente. No había visto en mi vida
otro igual. Era grande. Los hierros que lo formaban brillaban a la luz del sol.
Los coches, parecían disfrutar de las vistas mientras conducían. Me acerqué un
poco más, para poder apreciarlo mejor. En ese momento, un hombre pasó por mi
lado, con un poco de prisa, y sin darme cuenta giré rápidamente mi cabeza
dándole así un doloroso golpe en su ojo derecho.
- ¡Dios mío! – dije en voz alta, pero pronto
me di cuenta de que no me entendía
- Are you crazy? You… you… - comenzó a decir
cosas que mis oídos no conseguían comprender.
- I'm sorry, soy español - intenté
explicarle.
- I know! - siguió hablando, pero pude
entender que no pasaba nada.
- Ok! Gracias... - el hombre salió
disparado. No me dio apenas tiempo a disculparme, así que seguí mi trayecto
rumbo a ningún lado.
Paré en un
pequeño restaurante. Eran ya las dos del mediodía, y creía merecerme una buena
comida por una vez. Comencé a leer una revista, pero no entendía nada. La
verdad, que no presté mucha atención a las clases de inglés en el instituto, y
así me fue. En ese momento decidí apuntarme a una escuela de idiomas, a
aprender inglés, pues me propuse conocer todos los idiomas pertenecientes a los
países que visitara. Quité la revista un momento de mi vista, y miré al frente.
Me quedé un momento confundido, no podía ser. En la mesa de la derecha, se
encontraba el mismo hombre con el que coincidí hacía un par de horas. Justo en
esos minutos, pude observarle bien. Llevaba unos zapatos negros, brillantes.
Lucía un traje de corbata, gris tirando a negro. Su perilla mostraba
suspicacia, y sus ojos color marrón intenso, misterio. Sujetaba unas gafas,
pero al parecer, no fijas. Al menos, fue lo que supuse al ver que se las
quitaba tras leer el papel que sostenía. Su pelo negro, no muy largo, peinado
de una manera elegante. Tenía cara de estadounidense, no australiano. Parecía
un hombre con dinero. Dudé un momento, pero al final me decidí. Estaba en deuda
con él, no bastaba con un simple “gracias”. Así que a pesar de saber, que mi
inglés no era muy bueno, me acerqué a él. Cogí asiento sin preguntarle, y antes
de que hablara comencé yo:
- Soy epañol.. I invite you,
ok?
- No,no… impossible! Thank you
very much!
- Yes, yes… - e hice un gesto para que se
volviera a sentar. Estos australianos, no se dejan invitar a nada. – ¿Cerveza?
- Cerveza?
- Oh sorry… - no sabía cómo se decía, así
que comencé a buscar por las mesas, me levanté y le señalé aquello que era para
mí, la cerveza.
- Ohhh! Ok… yeah! I love it! – la verdad, me
resultaba raro estar hablando con él, y que en cierto modo… me entendiera
algunas cosas.
- You… australian?
- Oh… no, I’m from America – no sé por qué
lo sabía, pero era así.
- Good… you…
Seguí
hablando y hablando. Tanto, que me di cuenta de lo que me gustaba este idioma,
y el hecho de poder comunicarme con él, sabiendo que era el más usado en este
mundo. Me serviría para mis próximos destinos. Erik me contó muchas cosas. Pero
no entendí apenas la mitad… le prometí que cuando supiera este idioma a la
perfección, volveríamos a quedar para que me lo contara de nuevo, aunque me
estaba cayendo tan bien, que me daba la impresión de que nos veríamos más de
una vez. Ese aspecto de persona elegante, desapareció cuando ya llevaba unas
copas encima. Tras pasar casi toda la tarde allí, le llamaron por teléfono. Y
no comprendí el motivo, a pesar de que me lo explicó varias veces, pero se tuvo
que ir, y yo me resigné a volver a caminar un poco. Nos despedimos, tras él
darme su correo electrónico. Una de las pocas cosas que entendí de esa
conversación, fue que este quería regalarme un móvil. No sé ni por qué, ni cómo…
pero a mí, a un desconocido. Uno nuevo, para no tener el número de teléfono de
nadie de mi pasado, y que así, no pudieran localizarme, tan solo poder
comunicarme con la gente que fuera conociendo. Me sentía orgulloso de mí mismo.
Fui de nuevo al hostal, y aquella chica tan guapa del mostrador se dirigió a
mí:
- Hola, ¿está todo bien? - dicho en mi
idioma.
- Sí, ¡muchas gracias!
Me fui
rápidamente. A pesar de la chica ser muy simpática conmigo, tenía mucho sueño,
y no tenía ganas de ponerme hablar, un idioma que llevaba todo el día intentado
comprender. Ahora era momento de irme a la cama. Llevaba ya un tiempo fuera,
faltaba muy poco para que fuese Junio. Las cosas marchaban mucho mejor de lo
que esperaba. Ahora me quedaba un tiempo en Sydney, y aún no tenía claro cuál
sería mi próximo destino. Solo me tocaba disfrutar de cada momento, que era a lo
que había venido. Tan solo sentía que mi yo, comenzaba a dar gritos, intentado
salir de dentro, pero aún le quedaba un pequeño empujón. Me acosté, cerré los
ojos, y comencé a meterme en mis sueños, para ver si así, descansaría aún más.
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