CAPÍTULO 10
Abrí los
ojos. Era la habitación de un hospital, estaba claro. Era simple, de color
blanco, con una televisión frente a mí, una ventana a la derecha, y algún que otro cuadro. Estaba
acostado sobre una camilla. Mi pierna colgaba de una especie de balanza,
escayolada. Numerosas heridas por los brazos, y cuando intenté tocarme la cara,
entonces me di cuenta. Tenía una cicatriz en la parte izquierda de la cadera.
Me dolía, muchísimo. En ese momento la puerta se abrió, y un médico de no más
de cincuenta años, con bigote canoso, pelo gris, y unos ojos marrones penetrantes,
se acercó a mí. Tomaba notas, ni me miró. Pero entonces, observó mi cuerpo de
arriba abajo, y habló:
- ¿Cómo se encuentra? Soy el doctor Ramón Pérez, auxiliar, he venido desde España.
- Bueno… me duele mucho la cadera.
- Es normal, le hemos operado. Si no llegamos a verle, se hubiera
desangrado. Ha sufrido grandes golpes. Está vivo de milagro.
- Se lo agradezco…
- Tiene el hueso de la pierna deslizado de su lugar, un esguince en la muñeca, heridas no muy
graves en numerosas partes del cuerpo, y lo más importante, un trastorno en el
brazo izquierdo, dejando a un lado la cicatriz de su cadera, la cual se realizó
por el hecho de que el golpe hizo que el hueso central se desplazara.
- Suena demasiado mal… ¿trastorno?
- Sí. Señor…
- Marcos, Marcos Capote – dije.
- Marcos, siento decirle que posiblemente tendrá el brazo inmovilizado
durante un tiempo. Tendrá que someterse a una serie de ejercicios, y más
adelante una operación para ponerle un hierro.
- Pero, pero… - miré mi brazo, y me di cuenta de que era cierto lo que
decía – no soy de aquí.
- Lo sé, y ahora mismo tiene que decirme algunos datos.
Estuvimos
hablando más o menos, una hora. Me preguntó de donde era, años, familiares…
pero entendió mi historia, y le pedí máxima privacidad. No quería que mis
padres se enteraran de eso. Estaba vivo, y era lo que importaba. Ellos se
encargarían de recoger mis cosas. No sabía cuánto tiempo estaría sin mover el
brazo, pero no pensaba en eso. Solo en ella. Esa chica. No sabía ni su nombre.
Era tan… ¡guapa! Su voz, dulce como el canto de un pájaro. “¡Un momento!”
pensé. Ella se llevó mi móvil, por lo que vendrá a devolvérmelo. En ese
momento, se abrió la puerta. Mis ojos brillaron, pero pronto desapareció ese brillo.
Era de nuevo el doctor, con mi móvil:
- Tome, aquí tiene. Debería tener el número de alguien a quien pueda
llamar si le pasara algo, como ahora, porque…
- Sí, lo siento, ¡gracias! – estaba a punto de irse, pero entonces… - un
momento doctor, esa chica… la que me cogió el móvil, ¿dónde se encuentra?
- ¿Sara?
- Mmm… no sé exactamente como se llama, pelirroja, muy guapa.
- ¡Anda! Hasta en las peores circunstancias se fija en chicas… pues sí,
es Sara. Acaba de irse al aeropuerto. Se vuelve a casa.
- ¿Y puedo saber dónde es ese lugar?
- Se lo diría, pero no lo sé… la conozco por los pacientes que ha traído
hoy, pero no sé quién es. La verdad, que ahí fuera hay una catástrofe montada.
Nos mandarán ayudas especiales desde américa.
No
contesté, me quedé pensativo, y este, se fue. Tenía su nombre, pero si quiera
sabía en qué parte del mundo se encontraría. Así que me di por vencido, y
supuse que no valía la pena pensar en ella, a pesar de su belleza. Por lo
visto, estaría un buen tiempo en ese lugar. No me gustaba nada la idea, y tenía
pensando irme de ese país nada más salir del hospital. Sería el sitio en el que
menos tiempo permanecería, pero no quería mostrarme a más peligros. Ya tenía
claro cuál sería mi próximo destino. Irlanda, me encantaba. Un pueblo pequeño,
no quería más ciudad, ya tendría tiempo de pensarlo. Ahora tan solo podía
pensar en la suerte que tuve al salvarme. Centenas de personas habrían muerto
ese día, y yo podría a ver estado entre esa cifra. Me preocupaba el hecho de
que Erik pensara que me había pasado algo, pues me supuse que la noticia
estaría extendida ya por el mundo, pues había sido una tragedia fuerte. Así que
cogí el móvil, y marqué su número:
- ¿Sí? – era su voz, sin duda.
- ¡Erik! Soy yo, Marcos.
- ¡Oh dios mío! Menos mal que me has llamado… me tenías preocupadísimo.
No se habla de otra cosa que la catástrofe ocurrida en Japón, ¿cómo estás? –
estaba feliz de volver a hablar inglés con alguien.
- Pues bueno… por suerte, ahora bien. No tienes de qué preocuparte,
desde que salga del hospital, me iré de aquí. Voy a colgar, no quiero quitarte
tiempo, solo era para que supieras que estoy bien, un saludo amigo – lo dejé
con la palabra en la boca, y colgué.
Ahora solo
quería descansar. Pero antes, miré por la ventana. No se podía percibir gran
cosa. Pero sí como las calles se encontraban llenas de escombros, los
edificios, hogares… derrumbados. Y aún los bomberos seguían buscando gente
entre las toneladas de cemento caído. Les deseaba toda la suerte del mundo a
esas personas que aún se encontraban bajo estructuras, sin ninguna forma de ser
localizados. Y también compadecía todos aquellos que habían perdido algún que
otro ser querido. Me alegré de ser quien era, y a pesar de todo, me di cuenta
de lo que se valora el día a día. De un momento a otro, puedes estar entre la
vida y la muerte, y no poder haberte despedido de las personas que quieres. Me
encantaría poder estar en contacto con Sàmi, pero en el momento en que me fui
de Casablanca aún no tenía ese móvil, y tampoco manera de localizarla. Esperaba,
que todo le fuera de maravilla.
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