jueves, 11 de abril de 2013

Está en ti, CAPÍTULO 11


                                                            CAPÍTULO 11


Mi maleta, a un lado. Mi mochila, en la espalda. El sobre, guardado. Aún tenía heridas que se percibían a simple vista, pero mi pierna y muñeca estaban bien. A excepción de mi brazo, que posiblemente no tendría la misma movilidad de siempre, nunca. Pero poco a poco, con rehabilitación, lo conseguiría. Estaba en el aeropuerto de Dublín. Un uno de diciembre. Llevaba casi un mes en el hospital de Japón, sometiéndome a pruebas. Y el tiempo restante, lo pasé ayudando a personas que salieron mal paradas de la tragedia. La isla se estaba recuperando, pero el terremoto fue tan fuerte, que nunca se olvidaría. Tenía ganas de relajarme, y sentir tranquilidad y paz por una vez. Tanta ciudad, me estaba matando. Iría a Killarney, un pueblo en el suroeste de Irlanda. Allí me esperaban en un pequeño albergue, donde la gente era muy humilde. En el campo, rodeado de naturaleza. Lo necesitaba. Cogí un taxi, que me llevaría hasta la estación de tren. Unas cuatro horas en las vías, me llevarían hasta el pueblo. Tras el taxi dejarme en la estación, entré rápidamente al tren, directo a mi destino. Durante esas cuatro horas, pensé muchas cosas. El paisaje, era precioso. Se
podían percibir vacas, campos, casas… todo muy rústico. Muy diferente a Dublín central. Podía ver como el cielo desplazaba las nubes, sin planteárselo. Hacía un frío escalofriante. La lluvia se apoderaba del exterior. Miré mi reloj, eran las diez de la mañana. En unas horas llegaría a Killarney, donde solo me esperaba tranquilidad.

Abrí los ojos. La gente comenzaba a salir rápidamente mientras abrían sus paraguas. Me puse mi abrigo, y un chubasquero que compré en Australia. Busqué un coche donde poder refugiarme, y un taxi conducido por un hombre joven, muy simpático, me llevó. El albergue estaba a cinco minutos del pueblo. No era tan pequeño como esperaba, era espacioso. Tenía todo lo que se necesitaba, y unos alrededores increíbles. El coche paró, y un hombre de anciana edad, con pelo canoso, y ojos color verde brillante, me recibió:

-        ¡Hola! Le estaba esperando, bienvenido – dijo con una gran sonrisa. Su inglés era un tanto extraño, con acento irlandés, pero me las apañaría.
-        Muchas gracias señor…
-        Mike, me llamo Mike, y usted es Marcos, ¿me equivoco?
-        No, para nada.
-        ¡Perfecto! Pase le enseñaré su cuarto.

Era un lugar rústico y acogedor. A los alrededores tenía campos enormes, césped, bosque, hierba… ¡naturaleza pura! Me hizo firmar un par de papeles, dejar mis cosas en una pequeña habitación, y me dejó total libertad. Tan solo me dio hora para la comida y la cena. El dormitorio constaba de una cama en la parte izquierda. Una pequeña mesa a la derecha, y un armario en la parte delantera, nada más entrar. No era muy grande, pero suficiente. Salí a explorar un poco. Al bajar las escaleras, tenías dos caminos posibles. El de la derecha, donde se encontraba una puerta de emergencias a un lado, y al otro el comedor, con la cocina, la cual podía utilizar si yo lo deseaba, y los asientos con sus respectivas mesas. Todo esto, conectaba con el camino izquierdo, el cual constaba de la recepción, y tres puertas delante de ella. Dos de ellas, conducían a la misma habitación, un salón, espacioso, con unos sillones mirando hacia una pequeña televisión. Numerosas estanterías, y al otro lado de la misma, una mesa grande, rodeada de numerosos juegos didácticos para matar el tiempo, un piano, y un ordenador. Y la puerta restante, conducía al mismo comedor, el cual para terminar tenía otra puerta con otra especie de salón, más pequeño. Toda esta parte del edificio, tenía grandes cristaleras por las que se podía ver el campo, verde como la esmeralda. Y por el comedor, podía verse el bosque. Tenía muchos planes para este lugar, pero aún tenía que situarme. Comí algo, descansé y salí a tomar el aire. Caminé un poco hacia el bosque, respirando profundamente el olor de los árboles. Entonces, llegué a una especie de establo, que supuse que pertenecía al mismo albergue al ver a una de las jardineras amaestrando un caballo. De pronto, cabalgando hacia mí, una joven rubia, de ojos verdes y piel blanca, con unas botas largas, un pantalón ajustado, y una chaqueta abrigada acompañada de un sombrero que servía de casco. Era guapísima, con sus ojos grandes y pestañas largas. Estaba cada vez más cerca, y me puse nervioso.

-        Hola – dijo con un acento que me constaba entender.
-        Hola
-        ¿No montas?
-        ¿Yo? No he contratado este tipo de actividad… - me paré a mirarla bien de cerca, tenía una sonrisa resplandeciente.
-        Es gratis, para los huéspedes. Anda ven, sígueme – le seguí sin pensarlo. Su rostro mientras galopaba era hermoso. “¿Qué me está pasando?” pensé. No paro de mirar mujeres, pero la verdad, es que últimamente no hacía más que toparme con bellezas. Al llegar al establo, colocó un caballo y me hizo subir. Tenía miedo, por mi brazo…

Pero ella, que no tendría más de veinte años, me cogió de la mano para ayudarme, y entonces sentí su piel áspera como la hierba. Me llevó fuera, donde estuvimos cabalgando un rato, lentamente y sin fuerza. Al terminar, la ayudé a limpiar a los caballos, y me di cuenta de lo risueña que era. Le conté mi problema, aunque no había tardado en darse cuenta al ver mi cara de inseguridad al subirme al mamífero. Caminamos juntos hasta el albergue, hasta que tocó despedirnos:

-        Es muy tarde… no me pagan para esto – y rió – tengo que ir a ducharme, y servir la cena.
-        Sí, yo también… hoy no cenaré, no tengo hambre. Mañana, ¿irás a los establos?
-        En verdad… tengo el día libre. Pensaba dar una vuelta por el campo, para llegar a un lago, con vistas espectaculares… - pillé la indirecta, pero no quería ser imprudente.
-        ¿Te importa si te acompaño?
-        ¡Claro que no! Iré temprano, a las ocho, estate por la entrada y nos vemos... ¿vale? - ¿cómo iba a negar? Me miraba con esos ojos tan bonitos, y es sonrisa tan perfecta…  - ¿entonces?
-        ¡Ah! Sí, sí… allí estaré.

Se fue hacia la parte trasera. Y yo me quedé mirándola perplejo, sin palabras. Tenía unas ganas increíbles de que fuera el día siguiente, para poder volver a pasar un rato con ella. Era tan… ¡guapa! Esa sonrisa… pero dejé de pensar. Me fui a mi habitación, me di un baño en los vestuarios  y me metí en la cama. Me dolía un poco el brazo, y me había costado ducharme. Mañana, sería un día muy largo.

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