CAPÍTULO 9
Puse los
pies fuera del taxi. Allí estaba, Tokio. Enormes edificios me cubrían. La gente
caminaba rápido, con prisa. La estética de las estructuras no era como la de
los demás lugares, se notaba que me encontraba entre japoneses. Era muy raro
mirarlos a la cara, me parecían todos iguales. Eran las dos de la tarde. Mis
cosas, estaban en el motel donde me quedaría. En el tiempo que llevaba en la
isla, había colocado todas mis pertenencias, descansado, desayunado algo, y más
tarde cogido mi mochila para entrar en la ciudad. Comencé a caminar calle
abajo. Me senté en un banco. No quería hacerlo, pero abrí el sobre que recibí
por parte de Erik. Rápidamente lo cerré, era mucho dinero, más del que pude
imaginar. Lo volví a meter en la maleta que colgaba de mi espalda. Este era el
tercer país que visitaba, y parecía como si hubieran sido miles. Los carteles
cubrían las calles, eran pantallas gigantes, era todo tan tecnológico...
Exactamente como lo pintaban en las películas. Entré en un pequeño puesto de
porvenires. Como siempre, lo primero que compraría sería un diccionario. Árabe,
inglés, y ahora, japonés. “¡Impresionante!” me dije a mí mismo. Hacía un poco
de frío, la verdad. Casi estábamos en Noviembre. Pronto sería mi cumpleaños, y
entraría en
la veintena de mi vida. El sol intentaba asomar entre las nubes,
pero era casi imposible. Las palabras que oía a mí alrededor, eran simples
misterios, no entendía nada. Me puse el abrigo, y me senté en un banco cercano
a comer un bocadillo. En ese momento, la mochila comenzó a moverse sola, el
banco comenzó a temblar como si de una montaña rusa se tratara. La gente
comenzó a salir de las tiendas, y edificios, mientras gritaban cosas que no
llegaba a comprender. De pronto, el temblor se hizo más y más fuerte, el
bocadillo que permanecía en mi mano calló al suelo, y yo con él. Cogí la
mochila, no podía perderla. Al ver la cornisa, de la estructura que se
encontraba frente a mí, comenzar a caer al vacío, empecé a correr con todas mis
fuerzas, buscando un refugio. Durante mi carrera, pude ver familias con niños,
animales… nerviosos. Pero, me impactó una señora mayor que se encontraba bajo
un edificio que no tardaría más de unos segundos en derrumbarse. Comencé a
gritarle:
. ¡Salga de ahí! ¡Vamos! – pero comprensiblemente, no me entendía.
Entonces,
no dudé en dar la vuelta, y cogerla por el brazo, miré hacia la parte superior,
donde parte de la pared frontal caería sobre nosotros, en menos de dos
segundos. Empujé a la mujer, hacia delante, como si mi vida fuera con ella,
pero fue tarde para mí. El trozo de cemento cayó sobre mi brazo, de tal manera
que crujió en el acto. Quedé inmóvil en el suelo, retorcido del dolor, viendo
como todos los japoneses corrían sin parar, buscando en final de la calle,
donde no hubiera peligro. La señora que tanto trabajo me costó salvar, se
quedó mirándome y comenzó a caminar a
paso lento hacia mí, pero entonces un hombre llegó para llevársela, y ante los
gritos de esta, consiguió sacarla de allí. Comencé a arrastrarme, para que
alguien con fuerza llegara ayudarme, pero entonces, otra parte de la pared cayó
sobre la parte izquierda de mi cuerpo, y un grito de dolor retumbó en la calle.
Mis ojos comenzaron a cerrarse, vi mi vida en simples segundos, la sangre,
invadía parte del suelo, y entonces creí que todo para mí había terminado.
Una mano
tocaba mi cabeza. Sentía todo aquello que pasaba a mí alrededor, pero no
conseguía ni moverme, ni hablar, ni abrir los ojos. Era un tanto agobiante. De
pronto, noté una electricidad por dentro, y mi cuerpo saltó. Comencé abrir los
ojos lentamente. A mi derecha, un hombre cuya cara no pude percibir, pues
llevaba una mascarilla, terminaba de sacar la máquina que cubría mi pecho. A mi
izquierda, otro hombre mucho más fuerte que el anterior, ponía mi cuerpo en una
camilla. Miré al frente, y mis ojos brillaron. Con unos pantalones blancos
largos, una camisa roja que pegaba con su largo pelo pelirrojo. Sus ojos, color
azul cielo, me miraban con atención. Su
cabello era liso, y le llegaba mucho más abajo de los hombros. Su piel era
suave, y esto lo supe cuando cogió mi mano. Unos labios carnosos y de color
rosado pálido, húmedos. Entendí que iba a decirme algo, y me adelanté:
- Yo, yo… no soy japonés, yo…
Hizo un
gesto para que me callara, y sonrió. “¡Qué sonrisa!” me dije a mí mismo, me
cautivó. Miré mi pierna, sangraba. Mi cuerpo me dolía, como si toneladas de
escombros hubieran caído sobre mí. “Qué irónico soy” pensé. La chica que
permanecía a mi lado intervino:
- Anda, descansá… sabemos que sos español. Ahora, irás al hospital.
¿Querés que llamemos a tu familia?
¡Era
argentina! O no… eso sí, hablaba mi idioma. Lo único que sabía era que la
belleza que me transmitía era descomunal. Tenía los ojos un poco achinados,
pero no me sonaba que fuera japonesa. Intenté volver hablar para indicarle que
no tenía familia aquí, y tampoco como localizarles, pero no me dejó.
Directamente cogió mi móvil, y cuando me dispuse a abrir la boca, la camilla
comenzó a moverse dejando atrás a la chica. La vi por detrás, tenía un cuerpo
precioso, había que decirlo. Pude mirar a mí alrededor, y ver como centenas y
centenas de personas despertaban doloridos, sangrando entre médicos. No podía
creer que el primer día de mi estancia en Japón hubiera habido un terremoto.
“Tengo una suerte” pensé. Me dolía extremadamente el brazo, el cuerpo… ¡todo!
Pero me supuse que me habían puesto anestesia, pues el dolor era lejano, y no
sentía nada. A mi derecha, una niña de no más de once años, lloraba sin parar
mientras su brazo sangraba, de tal manera que hasta parte de su hueso se podía
ver. Me puse nervioso, pero poco tardaron en llegar a ayudarla. Miré atrás, con
la esperanza de que esa chica tan guapa me siguiera, pero mala suerte la mía.
Estaba a unos metros de mí, ayudando a un señor mayor, levantarse. Los bomberos
llegaron en ese momento, junto con la policía. No sabía cuánto tiempo estuve
inconsciente pero, dio tiempo para que llegaran todas las unidades especiales,
por lo que bastantes minutos. Me entraron en la ambulancia, y entonces un
sedante se apoderó de mi cuerpo, y mis ojos se volvieron a cerrar.
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