CAPÍTULO 12
El
despertador sonó. Eran las siete. Solo tenía tiempo de vestirme, y desayunar. Y
así fue. Me puse una ropa cómoda. Fuera, llovía a ratos. Hacía un frío
penetrante. Bajé a recepción, donde Mike me dio los buenos días. Entré a
desayunar. Un jugo de naranja, y unas tostadas. No me apetecía para nada el
desayuno continental. Subí de nuevo a lavarme los dientes. Y ya, a las ocho en
punto volví a bajar. Esperé en la entrada bajo el porche un par de minutos. Y
entonces a lo lejos, a mi derecha, apareció. Iba con unas mayas apretadas color
negro. Unas botas de agua de un color apagado. Un chubasquero rojo no dejaba
mostrar el color de su camiseta. Se acercó más y más, hasta que la tuve
delante. Esos ojos verdes, ¡qué bonitos eran! Su pelo rubio recogido en una
ligera liga. Sonrió, y me quedé embobado:
- ¡Hola! – dijo con una voz muy dulce
- Buenos días, ¿preparada?
- ¡Está claro! Una pregunta… no sé si te has dado cuenta de que aún no
sé tu nombre – cómo me iba a dar cuenta.
- Tienes razón… me llamo Marcos, ¿y tú?
- Lilly.
- Bonito nombre, me gusta – pero no me dejó terminar, ya estaba
caminando hacia arriba.
Estuvimos
más o menos dos horas recorriendo el bosque. Entre risas, anécdotas… Además de
guapa por fuera, era increíble por dentro. Me contó cosas de su vida que
significan mucho para ella, por lo que me sentí afortunado. Mientras hablaba,
la miraba. Esas pestañas alargadas, hacían que sus ojos fueran desesperadamente
llamativos. Tras un par de horas, o un poco más, llegamos a un lago. Era
enorme. Detrás nuestro, un bosque inmenso. Y parecía como si el tiempo
cambiara, por el simple hecho de que enfrente, habían inmensos campos verdes,
de los cuales no se podía alcanzar a ver el final. Para llegar a ellos, había
que cruzar un puente, y debajo, el lago. Azul, un color oscuro precioso. Nos
sentamos en la orilla contemplando el preciado paisaje. Respiré hondo. Era aire
puro, sin duda. Lilly miraba hacia abajo, con un aspecto triste, entonces me
atreví a preguntarle:
- Oye – dije levantando su cabeza - ¿te pasa algo? ¿te molesta mi
presencia?
- ¿Estás de broma? Lo que menos me molesta es eso, solo que me encanta
este sitio, y me emociona verlo contigo.
- Anda… pues me dejas impresionado. Me alagas.
- ¡No seas pelota! – contestó riendo.
- Al fin conseguí sacarte una sonrisa, ¡bien! Misión cumplida – me miró.
- Y tú, ¿qué? Aun no entiendo cómo has venido a parar aquí. ¿Acaso no
estabas contento en España? Por cierto, tu inglés es muy bueno –afirmó.
- Claro que lo estaba, pero mi estado emocional… mira, es difícil de
explicar. Simplemente me apetecía dar un cambio a mi vida. ¡Y gracias!
- Y aparte de aquí, ¿a qué sitios has ido? Quitando Japón, que ya me lo
has contado, por desgracia. ¿Ya tienes más planes presentes?
- Pues… a Casablanca en África, y a Sidney en Australia , y no, me
limito a vivir el presente– respondí mirando hacia delante.
- Parece como si no hubieras encontrado aún aquello que viniste a
buscar.
- No vine a buscar nada… al contrario, vine a intentar descubrir qué
quiero buscar.
- Se te ve un chico muy maduro… -
respondió sonriendo de nuevo.
- Y a ti una chica muy guapa, ¿sabes?
- ¿Vas a seguir así de pelota? Mira que te vas de aquí eh…
- ¿Y quién me hecha? ¿Tú? ¡Anda ya! – en ese mismo momento una ráfaga de
viento frío chocó contra nosotros. Tendí mi brazo alrededor de Lilly, y la
abracé con fuerza.
- Deberíamos volver… ya son las doce, y el camino de vuelta será largo –
dijo ella convencida.
- Estoy muy a gusto aquí, ¿no crees?
- Vale, nos quedamos un rato más.
- ¿Sabes? Siento como si intentaras evitar este lugar, si es así… no me
mientas, dime el por qué – entonces, una lágrima cayó por su mejilla, y no pude
evitar preocuparme.
- Yo tenía un hijo. Se llamaba Jerry, era precioso. Con el pelo pelirrojo,
y los ojos verdes. Tenía tres años – secó sus mejillas.
- ¿Y qué pasó?
- Mi ex marido, comenzó a meterse en las drogas. Me maltrataba. Y un
día, cuando le dije que pensaba separarme de él, se enfadó de tal manera, que
me dejó inconsciente en mi casa, mientras trajo a Jerry aquí, a este lugar. Y…
y… - comenzó a llorar de una manera desesperante. Me abrazó, y pude sentir sus
manos ásperas. No pude evitar soltar una pequeña lágrima.
- No hace falta que digas más, lo he entendido.
- En este lago están esparcidas sus cenizas. Vengo cada vez que puedo,
para sentirle.
- ¿Y tu marido?
- Nos separamos, tengo una orden de alejamiento. Está en la cárcel de Cork, y no sabe
mi paradero. Vivo cada uno de mis días con miedo, y por eso trabajo aquí,
porque me siento segura y cerca de mi hijo.
- De verdad que lo siento – dije mientras ella se levantaba y se ponía
frente al lago, se agachaba y tocaba el agua lentamente.
Me levanté
junto a ella, arranqué una flor que permanecía a mi lado, y la tiré al agua.
Esta, me miró fijamente, como en ningún otro momento había hecho. Asintió con
la cabeza, y apartó la mirada, como si se hubiera arrepentido de decir algo.
- ¿Querías decir algo?
- No, no, déjalo…
- Quiero que me lo digas, por favor – y volvió a mirarme.
- Solo quería que supieras que me siento muy cómoda contigo - Y se lanzó
a mis brazos. Por un momento, la sentí tan cerca de mí, que algo en mi interior
latió muy fuerte. Nos levantamos, y comenzamos a caminar bosque abajo, de la
mano, mientras unos escalofríos recorrían mi cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario