martes, 23 de abril de 2013

Está en ti, CAPÍTULO 14


                                                            CAPÍTULO 14


Abrí los ojos ligeramente. Las nubes invadían el cielo, como de costumbre. A mi lado, la chica más hermosa que había conocido jamás. Hasta durmiendo, era guapísima. Me abrazaba con fuerza, mientras yo la observaba. En ese momento abrió los ojos, y sonrió.

-        Buenos días princesa – dije mientras se estiraba un poco - ¿cómo has dormido?
-        Buenos días – y bostezó – muy bien, ¿y tú?
-        Contigo a mi lado, perfectamente.

Se levantó, y se incorporó sentada. Me miró fijamente, y volvió a sonreír.

-        Estás tú muy divertida esta mañana… - dije
-        No, divertida no, feliz, que es diferente.
Le di un ligero beso, pero intenso.

-        Debería irme, son las diez, ¡qué locura! Me van a matar.
-        Tranquila… es domingo.
-        Dios, ¡qué susto!

En ese momento me acordé de qué día era exactamente. Trece de diciembre. “Feliz veinte años” me dije a mí mismo. Lilly me llevaba tan solo tres años, que eran pocos hoy en día. Ya llevaba dos semanas allí, y me sentía como en casa.

-        ¿Sabes? Hoy es mi cumpleaños, me apetece hacer algo especial.
-        ¿Qué? ¡Dios mío! ¿Cómo no me lo has dicho? Felicidades, son veinte, ¿no?
-        Sí, exactamente.
-        Podemos hacer lo que quieras, tú eliges.
-        Mira, tú baja, haz lo que tengas que hacer, te paso a buscar a la hora de comer, ¿vale? Ponte guapa. Aunque no sé si eso es posible...
-        Está bien – y rió.

Nos levantamos, y cuando me disponía a ponerme el pantalón:

-        ¡Ah! – grité dolorido
-        ¿Qué pasa?
-        Nada, nada, me he dado en el pie… - dije intentado no mentir demasiado.

Cuando Lilly se fue, entonces ya pude tirarme en la cama, y sujetar mi brazo. Lo apreté con fuerza. Me dolía muchísimo. Me había olvidado por completo de mi problema, y me había pasado moviéndolo. Me dispuse a vestirme, luchando contra mi dolor. Bajé a desayunar. Intenté pasar desapercibido por medio del comedor, pero Mike no tardó en pararme:

-        Ey, ¿qué te pasa? – curioso, todavía no acababa de acostumbrarme a su inglés.
-        Nada, nada…
-        ¿Estás de broma? ¡Te agarras el brazo como si te hubieran dado un balazo! ¿Te duele?
-        No, no… solo que me he dado un golpecito de nada.

Seguí para delante, sin dejar que este respondiera. Si Lilly se enteraba, se iba a preocupar, y yo no quería eso. Cogí una bandeja, y me sirvieron un vaso de leche con unas tostadas.

-        ¡Buenos días! – dijo Luna, la cocinera, tan simpática como siempre.
-        Buenos días – respondí sonriendo, como si nada pasara.

Me dispuse a coger la bandeja, ya con el desayuno encima, y al dar un solo paso, no aguanté el peso. Intenté agarrarla con la mayor fuerza posible, y entonces, la dejé caer. En ese momento, mi brazo comenzó a temblar, y pude ver como aparecía Lilly por la puerta terminándose de hacer una coleta. Rendido ante el dolor, me tiré al suelo, de rodillas. Entonces, todos los huéspedes, se levantaron e intentaron ayudarme. Hice todo lo que pude, pero ya no aguantaba más. Comencé a retorcerme en el suelo. Luna, fue corriendo a llamar a Mike que se había ido a recepción a recibir a una familia francesa. Lilly, se puso a mi lado, mientras gritaba pidiendo ayuda. En ese momento apareció  Mike, y ordenó que llamaran a una ambulancia. Yo intentaba decirle que no era para tanto, pero realmente sí lo era, tenía que admitirlo. Y me resigné a aceptarlo.

No tardaron en llegar. Me subieron en la camilla, y antes de entrarme en el vehículo, miré a Lilly y le guiñé el ojo, esta soltó una lágrima, a la vez que pude escuchar una pequeña carcajada. Sentí como mi brazo se dormía poco a poco, tras una mujer pelirroja clavarme una inyección, nada más empezar a movernos. A mi lado venía Mike, el cual pidió a Lilly que se quedara cuidando todo. En el fondo, algún día tenía que pasar, pues era obvio que mi brazo no estaba bien. Tan solo cerré los ojos, y esperé a que todo terminara.

Una presencia me despertó de mi sueño profundo. Estaba en una amplia habitación, de un hospital. Numerosos cuadros colgaban de la pared, y una gran ventana dejaba ver el centro de la capital. Estaba de nuevo en Dublín, donde llegué la primera vez que pisé esa isla. Un hombre de cabello oscuro, y barba abundante, revisaba una especie de papeles frente a mí. Ajustaba un par de cables que permanecían conectados a diversas partes de mi cuerpo. Dio tres vueltas a una ruedita de la máquina que se encontraba a mi izquierda, y movió con curiosidad las gafas que cubrían parte de su cara. Y por fin, me miró y se dio cuenta de que había despertado:

-        Buenas tardes señor Marcos, he de hacerle unas preguntas, ¿le parece? – dijo muy formalmente
-         Como no doctor.
-        Vale, tengo entendido que usted es de nacionalidad española, ¿entiende bien el idioma en el que le estoy hablando?
-        Sí, le entiendo perfectamente.
-        Perfecto, porque si no fuera así, tendríamos un grave problema – y rió, para darle un poco de gracia al asunto.

Tras numerosas preguntas de tipo personal, entonces se dispuso a decirme qué me había pasado, o mejor dicho, qué padecía:

-        Bueno, posiblemente no note ni que tiene brazo izquierdo, ¿me equivoco?
-        No, está en lo cierto.
-        Realmente, tengo malas noticias. Soy consciente de que no ha hecho las terapias que le han recomendado en Tokio, ¿cierto?
-        Sí, lo reconozco. Pensaba que mi brazo… - me interrumpió
-        Pensaba, pensaba… mire joven, tiene… - miró mi ficha personal - ¡veinte años! Felicidades.
-        Muchas gracias… -respondí confuso
-        Bueno, a lo que iba… le queda mucha vida por delante. No puede tomarse esto como un simple juego. Su brazo, desde el día de ese accidente, tiene un trastorno importante. Usted debió hacer terapia, debió reforzarlo, para que pudiera recuperar la misma movilidad de siempre. Por el contrario, se dedicó a hacer como si no existiera, y ahora por ello, está donde está.
-        Lo sé… - me estaba haciendo sentir realmente mal, pero tenía razón.
-        Ha llegado un momento, en que el hueso que permite que su brazo pueda desplazarse, hacia arriba, hacia un lado, hacia el otro… no ha podido más. Se ha cogido una baja, por así decirlo. No quiere moverse, porque usted no le ha ayudado a hacerlo realmente bien. Le hemos operado, hace tan solo un par de horas, ese es el motivo de que no lo sienta. Hemos tenido que intervenir, y colocar el hueso en su sitio. Pero, sigue sin responder. Esto significa que hay posibilidades de que no pueda moverlo nunca más.

En ese momento no supe qué pensar. La de cosas que tendría que dejar atrás por no haber pensado en la importancia de algo así. Aparté la mirada, hacia la ventana, e intenté evadirme:

-        No se dé por vencido. He dicho posibilidades, también hay otras de que todo vuelva a ser como antes.
-        ¿Cómo? – dije realmente interesado.
-        Para empezar, quedándose en el hospital unos cinco días, con el brazo inmovilizado, para poder hacerle las últimas pruebas. Y ya después, comprometiéndose a venir dos días a la semana a la capital, con un especialista a tratarlo. Y por último, tomarse una serie de medicamentos que lo estimularán a moverlo.
-        Doctor, estoy de acuerdo ¡con lo que sea! Con tal de intentarlo.
-        Perfecto, vendré mañana a ver como está. Por cierto, tiene visita.

Se fue cerrando la puerta, y entonces me dio tiempo de pensar aunque fueran dos minutos, en qué se había convertido mi vida.

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